Página 110 - Servicio Cristiano (1981)

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Servicio Cristiano
puestos a sacrificar por la salvación de las preciosas almas que nos
rodean. No se exige de nosotros que salgamos de nuestro hogar en
un viaje largo y tedioso, para salvar la vida de un mortal que perece.
A nuestras propias puertas, por doquiera, en todo nuestro derredor,
hay almas que salvar, almas que perecen—hombres y mujeres que
mueren sin esperanza, sin Dios—, y sin embargo no sentimos preo-
cupación, y virtualmente decimos por nuestras acciones, si no con
palabras: “¿Soy yo guarda de mi hermano?” Estos hombres que
perdieron su vida para tratar de salvar la de otros son elogiados por
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el mundo como héroes y mártires. ¿Cómo deberíamos sentirnos
nosotros que tenemos la perspectiva de la vida eterna delante de
nosotros, si no hiciéramos los pequeños sacrificios que Dios nos
exige por la salvación de las almas de los hombres?—
The Review
and Herald, 14 de agosto de 1888
.
En cierto pueblo de la Nueva Inglaterra se estaba cavando un po-
zo. Cuando el trabajo estaba casi terminado, la tierra se desmoronó
y sepultó a un hombre que quedaba todavía en el fondo. Inmedia-
tamente cundió la alarma, y mecánicos, agricultores, comerciantes,
abogados, todos acudieron jadeantes a rescatarlo. Manos volunta-
rias y ávidas por ayudar trajeron sogas, escaleras, azadas y palas.
“¡Salvadlo, oh, salvadlo!” era el clamor general.
Los hombres trabajaron con energía desesperada, hasta que sus
frentes estuvieron bañadas en sudor y sus brazos temblaban por el
esfuerzo. Al fin se pudo hacer penetrar un caño, por el cual gritaron
al hombre que contestara si vivía todavía. Llegó la respuesta. “Vivo,
pero apresuraos. Es algo terrible estar aquí.” Con un clamor de ale-
gría renovaron sus esfuerzos, y por fin llegaron hasta él. La algazara
que se elevó entonces parecía llegar hasta los mismos cielos. “¡Sal-
vado! ¡Salvado!” era el clamor que repercutía por toda la calle del
pueblo.
¿Era demostrar demasiado celo e interés, demasiado entusias-
mo, para salvar a un hombre? Por supuesto que no; pero, ¿qué es
la pérdida de la vida temporal en comparación con la pérdida de
un alma? Si el peligro de que se pierda una vida despierta en los
corazones humanos tan intenso sentimiento, ¿no debiera la pérdida
de un alma despertar una solicitud aún más profunda en los hom-
bres que aseveran percatarse del peligro que corren los que están
separados de Cristo? ¿No mostrarán los siervos de Dios en cuanto