El carácter probado por la presencia de los menos afortunados,
6 de junio
Cuando siegues tu mies en tu campo, y olvides alguna gavilla en el campo,
no volverás para recogerla; será para el extranjero, para el huérfano y la
viuda; para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos.
Deuteronomio 24:19
.
Vi que en la providencia de Dios, viudas y huérfanos, ciegos, mudos y cojos,
y personas afligidas de varias maneras han sido colocados en estrecha relación
cristiana con su iglesia; es para probar a su pueblo y desarrollar su verdadero
carácter. Los ángeles de Dios vigilan para ver cómo tratamos a estas personas que
necesitan nuestra simpatía, amor y benevolencia desinteresada. Esta es la forma
en que Dios prueba nuestro carácter.
Si tenemos la verdadera religión de la Biblia, sentiremos que es un deber
de amor, bondad e interés el que hemos de cumplir para Cristo en favor de sus
hermanos; y no podemos hacer nada menos que mostrar nuestra gratitud por
su incomparable amor manifestado hacia nosotros mientras éramos pecadores
indignos de su gracia, revelando un profundo interés y un amor abnegado por
nuestros hermanos que son menos afortunados que nosotros.
Los dos grandes principios de la ley de Dios son el amor supremo a Dios y
el amor abnegado hacia nuestro prójimo. Los primeros cuatro mandamientos y
los últimos seis descansan sobre estos dos principios y brotan de ellos. Cristo le
explicó al doctor de la ley quién era su prójimo mediante el relato de un hombre
que viajaba de Jerusalén a Jericó, y que cayó en manos de ladrones, quienes lo
despojaron, lo castigaron y lo dejaron medio muerto.
El sacerdote y el levita vieron a este hombre sufriendo, pero sus corazones no
respondieron a sus necesidades. Lo evitaron pasando de lado. El samaritano pasó
a su lado, y cuando vio la necesidad de ayuda que tenía el forastero, no preguntó
si era pariente, o si pertenecía a su país o a su credo, sino que puso manos a la
obra para ayudar al que sufría, porque había una obra que necesitaba ser hecha. Lo
alivió lo mejor que pudo, lo colocó sobre su propia bestia, y lo llevó a una posada
haciendo provisión para sus necesidades a sus propias expensas.
El samaritano, dijo Jesús, era el prójimo de aquel que había caído entre ladro-
nes. El levita y el sacerdote representan a una clase que en la iglesia manifiesta
indiferencia precisamente hacia las personas que necesitan su simpatía y ayuda.
Esta clase, a pesar de su posición en la iglesia, quebranta los mandamientos. El
samaritano representa a una clase de personas que son verdaderos ayudadores
de Cristo, y que están imitando su ejemplo de hacer el bien.—
Servicio Cristiano
Eficaz, 239, 240
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