Todos tienen el deber de testificar, 2 de septiembre
Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,
y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.
Hechos 1:8
.
Mi corazón sintió regocijo de ver entre los conversos a tantos jóvenes de
ambos sexos con corazones suavizados y subyugados por el amor de Jesús, que
reconocían la buena obra llevada a cabo por Dios en su corazón. Fue realmente
una preciosa ocasión. “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la
boca se confiesa para salvación”.
Romanos 10:10
. No permita Dios que estas
almas pierdan alguna vez el calor de su primer amor, que por el orgullo y el amor
al mundo, una frialdad desconocida llegue a tomar posesión de su mente y su
corazón.
Es esencial que los que acaban de aceptar la fe tengan un sentido de su
obligación hacia Dios, quien los ha llamado a conocer la verdad y ha llenado su
corazón con su sagrada paz, para que puedan ejercer una influencia santificadora
sobre todos aquellos con quienes se relacionen. “Vosotros sois mis testigos, dice
Jehová”.
Isaías 43:10
.
A cada cual Dios le ha confiado una tarea: Dar a conocer su salvación al
mundo. En la religión verdadera no hay egoísmo ni exclusividad. El evangelio de
Cristo es expansivo y agresivo. Se lo describe como la sal de la tierra, como la
levadura transformadora, como la luz que alumbra en lugar oscuro. Es imposible
que alguien retenga el amor y el favor de Dios, y disfrute de comunión con él, y
no sienta responsabilidad por las almas por las cuales Cristo murió, quienes se
encuentran en el error y las tinieblas y perecen en sus pecados.
Si los que profesan ser seguidores de Cristo no resplandecen como luminarias
en el mundo, el poder vital los abandonará y se volverán fríos y sin la semejanza
de Cristo. El embrujo de la indiferencia se apoderará de ellos, junto con una mortal
pereza espiritual, que los convertirá en cadáveres en lugar de representantes vivien-
tes de Jesús. Todos debemos levantar la cruz, y asumir con modestia, humildad
y sencillez intelectual los deberes que Dios nos asigna, para realizar esfuerzos
personales en favor de los que nos rodean y necesitan auxilio y luz.
Todos los que acepten estos deberes gozarán de una experiencia rica y variada,
su propio corazón irradiará fervor, y serán fortalecidos y estimulados para hacer
esfuerzos renovados y perseverantes con el fin de obrar su propia salvación con
temor y temblor, porque Dios es quien obra en ellos tanto el querer como el hacer
según su buena voluntad.—
The Review and Herald, 21 de julio de 1891
. Ver
Cada
Día con Dios, 211
.
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