Un poder superior debe controlar la naturaleza física, 6 de
octubre
Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir
una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible... Así que yo...
golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido
heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
1 Corintios 9:25-27
.
El progreso de la reforma depende de un claro reconocimiento de la verdad
fundamental. Mientras, por una parte, hay peligro en una filosofía estrecha y
una ortodoxia dura y fría, por otra parte un liberalismo descuidado encierra gran
peligro. El fundamento de toda reforma duradera es la ley de Dios. Tenemos que
presentar en líneas claras y bien definidas la necesidad de obedecer esta ley. Sus
principios deben recordarse de continuo a la gente. Son tan eternos e inexorables
como Dios mismo.
Uno de los efectos más deplorables de la apostasía original fue la pérdida de
la facultad del dominio propio por parte de la gente. Sólo en la medida en que se
recupere esta facultad puede haber verdadero progreso.
El cuerpo es el único medio por el cual la mente y el alma se desarrollan para
la edificación del carácter. De ahí que el adversario de las almas encamine sus
tentaciones al debilitamiento y a la degradación de las facultades físicas. Su éxito
en esto involucra la sujeción al mal de todo nuestro ser. A menos que estén bajo
el dominio de un poder superior, las propensiones de nuestra naturaleza física
acarrearán ciertamente la ruina y la muerte.
El cuerpo tiene que ser puesto en sujeción. Las facultades superiores de nuestro
ser deben gobernar. Las pasiones han de obedecer a la voluntad, que a su vez ha
de obedecer a Dios. El poder soberano de la razón, santificado por la gracia divina,
debe dominar en nuestra vida.
Las exigencias de Dios deben estamparse en la conciencia. Hombres y mujeres
deben despertarse y sentir su obligación de dominarse a sí mismos, su necesidad
de ser puros y libertados de todo apetito depravante y de todo hábito envilecedor.
Han de reconocer que todas las facultades de su mente y de su cuerpo son dones
de Dios, y que deben conservarlas en la mejor condición posible para servirle.
En el antiguo ritual que era el evangelio expresado en símbolos, ninguna
ofrenda defectuosa podía llevarse al altar de Dios. El sacrificio que había de
representar al Cristo debía ser inmaculado. La Palabra de Dios señala esto como
ejemplo de lo que deben ser sus hijos: un “sacrificio vivo”, “santo y sin mancha”.—
El Ministerio de Curación, 91, 92
.
[287]
297