Página 32 - Ser Semejante a Jes

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Contestación a las oraciones de una madre piadosa, 23 de
enero
Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí.
1 Samuel 1:27
.
Elcana, un levita del monte de Efraín, era un hombre rico y de mucha influencia,
que amaba y temía al Señor. Su esposa Ana era una mujer de piedad fervorosa.
De carácter amable y modesto, se distinguía por una seriedad profunda y una fe
muy grande.
A esta pareja le había sido negada la bendición tan vehementemente deseada
por todo hebreo. Su hogar no conocía la alegría de las voces infantiles; y el deseo
de perpetuar su nombre había llevado al marido a contraer un segundo matrimonio,
como lo hicieron muchos otros. Pero este paso, inspirado por la falta de fe en
Dios, no significó felicidad. Se agregaron hijos e hijas a la casa; pero se había
mancillado el gozo y la belleza de la institución sagrada de Dios, y se había
quebrantado la paz de la familia. Penina, la nueva esposa, era celosa e intolerante,
y se conducía con mucho orgullo e insolencia. Para Ana, toda esperanza parecía
estar destruida, y la vida le parecía una carga pesada; no obstante, soportaba la
prueba con mansedumbre y sin queja alguna...
Confió a Dios la carga que ella no podía compartir con ningún amigo terrenal.
Fervorosamente pidió que él le quitase su oprobio, y que le otorgase el precioso
regalo de un hijo para criarlo y educarlo para él. Hizo un voto solemne, a saber,
que si se le concedía lo que pedía, dedicaría su hijo a Dios desde su nacimiento...
Le fue otorgado a Ana lo que había pedido; recibió el regalo por el cual había
suplicado con tanto fervor. Cuando miró al niño, lo llamó Samuel, “demandado
de Dios”. Tan pronto como el niño tuvo suficiente edad para ser separado de su
madre, cumplió ella su voto...
De Silo, Ana regresó quedamente a su hogar en Ramataim, dejando al niño
Samuel para que, bajo la instrucción del sumo sacerdote, se lo educase en el
servicio de la casa de Dios. Desde que el niño diera sus primeras muestras de
inteligencia, la madre le había enseñado a amar y reverenciar a Dios, y a consi-
derarse a sí mismo como del Señor. Por medio de todos los objetos familiares
que le rodeaban, ella había tratado de dirigir sus pensamientos hacia el Creador.
Cuando se separó de su hijo no cesó la solicitud de la madre fiel por el niño... No
pedía para él grandeza terrenal, sino que solicitaba fervorosamente que pudiese
alcanzar la grandeza que el cielo aprecia, que honrara a Dios y beneficiara a sus
conciudadanos.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 614-618
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