La vida abnegada de Cristo es nuestro libro de texto, 21 de
noviembre
Bueno es alabarte oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo;
anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche.
Salmos
92:1, 2
.
El cristianismo práctico significa trabajar junto con Dios cada día; trabajar
por Cristo, no de vez en cuando, sino continuamente. Ser negligentes en revelar
la justicia práctica en nuestra vida es una negación de nuestra fe y del poder de
Dios. Dios está buscando un pueblo santificado, un pueblo puesto aparte para su
servicio, un pueblo que va a escuchar y aceptar la invitación: “Llevad mi yugo
sobre vosotros, y aprended de mí”.
Mateo 11:29
.
¡Con qué fervor Cristo realizó la obra de nuestra salvación! ¡Qué devoción
reveló su vida mientras procuraba dar estimación a la humanidad caída mediante
la imputación de los méritos de su propia inmaculada justicia a cada pecador
arrepentido y creyente! ¡Cuán incansablemente trabajó! En el templo y en la
sinagoga, en las calles de las ciudades, en los mercados, en el taller, a la orilla del
mar y entre las colinas predicó el evangelio y sanó a los enfermos. Dio todo de sí,
con el fin de poder obrar el plan de la gracia redentora.
Cristo no estaba bajo obligación para realizar este gran sacrificio. Se prestó
voluntariamente para sufrir el castigo del transgresor de su ley. Su amor era su
única obligación, y sin una queja soportó cada tormento y recibió con regocijo
cada ultraje, los cuales eran parte del plan de salvación. La de Cristo fue una vida
de servicio abnegado, y su vida es nuestro libro de texto. Tenemos que continuar
la obra que él comenzó.
Al contemplar su vida de trabajo y sacrificio, ¿vacilarán los que profesan su
nombre en negarse a sí mismos, tomar su cruz y seguirlo? Él se humilló a sí
mismo hasta lo más profundo para que pudiéramos ser levantados a las alturas de
la pureza, la santidad y la integridad. Se hizo pobre con el fin de poder llenar con
la plenitud de sus riquezas nuestra mísera alma. Sufrió la cruz de vergüenza para
que pudiera darnos paz, descanso y gozo y hacernos partícipes de las glorias de su
trono.
¿No deberíamos apreciar el privilegio de trabajar para él, y estar ávidos de
practicar la abnegación y el renunciamiento por Dios? ¿No deberíamos devolverle
a Dios todo lo que él ha redimido, los afectos que ha purificado y el cuerpo que
ha comprado para ser guardados en santificación y santidad?.—
The Review and
Herald, 4 de abril de 1912
. Ver también
La Maravillosa Gracia, 174
;
En Lugares
Celestiales, 45
.
[333]
344