Página 368 - Ser Semejante a Jes

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Las almas arrepentidas odian el pecado y aman la justicia, 9 de
diciembre
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros
apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de
los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.
Hechos 2:37, 38
.
¿Cómo se justificará una persona con Dios? ¿Cómo se hará justo el pecador?
Sólo por intermedio de Cristo podemos ser puestos en armonía con Dios y con
la santidad; pero, ¿cómo debemos ir a Cristo? Muchos formulan hoy la misma
pregunta que hizo la multitud el día de Pentecostés, cuando, convencida de pecado,
exclamó: “¿Qué haremos?” La primera palabra de la contestación del apóstol
Pedro fue: “Arrepentíos”. Poco después, en otra ocasión, dijo: “Arrepentíos y
convertíos”.
Hechos 3:19
.
El arrepentimiento comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo.
No renunciamos al pecado a menos que veamos su pecaminosidad. Mientras no
lo repudiemos de corazón, no habrá cambio real en nuestra vida.
Muchos no entienden la naturaleza verdadera del arrepentimiento. Muchas
personas se entristecen por haber pecado, y aun se reforman exteriormente, porque
temen que su mala vida les acarree sufrimientos. Pero esto no es arrepentimiento
en el sentido bíblico. Lamentan el dolor más bien que el pecado. Tal fue el pesar
de Esaú cuando vio que había perdido su primogenitura para siempre. Balaam,
aterrorizado por el ángel que estaba en su camino con la espada desenvainada,
reconoció su culpa porque temía perder la vida, mas no experimentó un sincero
arrepentimiento del pecado; no cambió de propósito ni aborreció el mal. Judas
Iscariote, después de traicionar a su Señor, exclamó: “He pecado entregando sangre
inocente”.
Mateo 27:4
. Esta confesión fue arrancada a su alma culpable por un
tremendo sentimiento de condenación y una pavorosa expectación de juicio. Las
consecuencias que habría de cosechar le llenaban de terror, pero no experimentó
profundo quebrantamiento de corazón ni dolor en su alma por haber traicionado
al Hijo inmaculado de Dios y negado al Santo de Israel... Todos los mencionados
lamentaban los resultados del pecado, pero no experimentaban pesar por el pecado
mismo.
Pero cuando el corazón cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia
se vivifica y el pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada
ley de Dios, fundamento de su gobierno en los cielos, y en la tierra... [El pecador]
ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la pureza. Ansía ser
purificado y restituido a la comunión del cielo.—
El Camino a Cristo, 23, 24
(Ediciones Interamericanas, 1961).
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