La ley de Dios es perfecta, 24 de febrero
La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová
es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos,
que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
Salmos 19:7, 8
.
El mismo Jesús que, encubierto en la columna de nube, dirigió a las huestes
hebreas, es nuestro Jefe. El que dio leyes sabias, justas y buenas a Israel, nos
ha hablado a nosotros tan verdaderamente como a ellos. Nuestra prosperidad y
felicidad dependen de una obediencia constante a la ley de Dios. La sabiduría
finita no puede mejorar un precepto de esa santa ley. Ni uno de sus diez preceptos
puede ser quebrantado sin ser desleal al Dios del cielo. Guardar cada jota y tilde
de la ley es esencial para nuestra propia felicidad, y para la felicidad de todos los
que se relacionan con nosotros. “Mucha paz tiene los que aman tu ley, y no hay
para ellos tropiezo”.
Salmos 119:165
. Y sin embargo, criaturas finitas presentan
al pueblo esta ley santa, justa y buena como un yugo; ¡un yugo que no pueden
llevar! Es el transgresor el que no puede ver la belleza en la ley de Dios.
Todo el mundo será juzgado por esa ley. Toca aun las intenciones y los propó-
sitos del corazón, y exige pureza en los pensamientos más secretos, en los deseos
y las aspiraciones. Demanda que amemos a Dios supremamente, y a nuestros
prójimos como a nosotros mismos. Sin el ejercicio de este amor, la más elevada
profesión de fe es hipocresía. Dios requiere, de cada alma de la familia humana,
obediencia perfecta a su ley. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero
ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”.
Santiago 2:10
.
La desviación más mínima de la ley, por negligencia o transgresión voluntaria,
es pecado, y cada pecado expone al pecador a la ira de Dios. El corazón que no
ha nacido de nuevo, odiará las restricciones de la ley de Dios y se esforzará por
deshacerse de sus justos requerimientos. Nuestro bienestar eterno depende de
un entendimiento exacto de la ley de Dios, una convicción profunda de su santo
carácter y una obediencia lista a cumplir sus condiciones. Hombres y mujeres
deben estar convencidos de pecado antes de que puedan sentir su necesidad de
Cristo... Los que pisotean la ley de Dios han rechazado el único medio que define al
transgresor lo que es el pecado. Están haciendo la obra del gran engañador.—
The
Signs of the Times, 3 de marzo de 1881
.
[62]
61