Toda persona tiene un don y es responsable por ese don, 18 de
marzo
Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas;
porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni
sabiduría.
Eclesiastés 9:10
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La parábola de los talentos debería ser materia de estudio y oración más
cuidadosos, porque tiene una aplicación para cada hombre, mujer y niño que
posean la capacidad de razonamiento. La obligación y responsabilidad están en
proporción a los talentos que Dios concede a cada uno. No hay un solo seguidor
de Cristo que no tenga un don peculiar para usar y del cual es responsable ante
Dios.
Muchos han presentado excusas por no cumplir su servicio a Cristo diciendo
que otros tienen mayores dones o ventajas que ellos. Ha prevalecido la opinión de
que sólo los que tienen talentos especiales deben santificar sus capacidades para
el servicio de Dios. Se ha llegado a entender que los dones se dan sólo a unos que
son favorecidos con exclusión de otros, quienes, por supuesto, no son llamados a
compartir las penurias o las recompensas.
Pero en la parábola el asunto no se presenta de ese modo. Cuando el señor
de la casa llamó a sus siervos, dio a cada uno
su
obra. Toda la familia de Dios
está incluida en la responsabilidad de usar los bienes de su Señor. Toda persona,
desde la más insignificante y desconocida hasta la más importante y exaltada, es
un agente moral dotado con capacidades por las cuales tiene responsabilidades
ante Dios. En grado mayor o menor, todos están a cargo de los talentos de su
Señor. Las capacidades espirituales, mentales y físicas, la influencia, la posición,
las posesiones, los afectos y las simpatías, todos son talentos preciosos para ser
usados en la causa del Maestro para la salvación de las personas por quienes Cristo
murió...
Dios requiere que cada uno sea un obrero en su viña. Usted ha de realizar la
tarea que le fue asignado, y ha de hacerla con fidelidad. “Todo lo que te viniere a
la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay
obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”.—
The Review and Herald, 1 de mayo de
1888
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Recibiréis Poder, 220
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