Página 116 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La Segunda Venida y el Cielo
Cristo crucificado. Nunca olvidarán que Aquel cuyo poder creó los
mundos innumerables y los sostiene a través de la inmensidad del
espacio, el Amado de Dios, la Majestad del cielo, Aquel a quien los
querubines y los serafines resplandecientes se deleitan en adorar—se
humilló para levantar al hombre caído; que llevó la culpa y el oprobio
del pecado, y sintió el ocultamiento del rostro de su Padre, hasta
que la maldición de un mundo perdido quebrantó su corazón y le
arrancó la vida en la cruz del Calvario. El hecho de que el Hacedor
de todos los mundos, el Árbitro de todos los destinos, dejase su
gloria y se humillase por amor al hombre, despertará eternamente
la admiración y adoración del universo. Cuando las naciones de
los salvos miren a su Redentor y vean la gloria eterna del Padre
brillar en su rostro; cuando contemplen su trono, que es desde la
eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá fin,
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entonces prorrumpirán en un cántico de júbilo: “¡Digno, digno es
el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su
propia preciosísima sangre!”—
El Conflicto de los Siglos, 709, 710
.
La eternidad no podrá revelar plenamente el amor de Dios
Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a gene-
ración por medio de los corazones humanos, todos los manantiales
de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres, son
tan sólo como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan
con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede
expresar, la pluma no lo puede describir. Podéis meditar en él cada
día de vuestra vida; podéis escudriñar las Escrituras diligentemente
a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facultad y capacidad que
Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la compasión
del Padre celestial; y aún queda su infinidad. Podéis estudiar este
amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud
y la anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a
su Hijo para que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo
revelará nunca plenamente.
Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y meditemos en la vi-
da de Cristo y el plan de redención, estos grandes temas se revelarán
más y más a nuestro entendimiento. Y alcanzaremos la bendición
que Pablo deseaba para la iglesia de Éfeso, cuando rogó: “El Dios
del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de
sabiduría y de revelación para su conocimiento; alumbrando los