Página 12 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La Segunda Venida y el Cielo
por el cual podemos tener acceso a Dios.—
El Deseado de Todas las
Gentes, 617, 618
.
Seguridad de nuestra liberación
—Por su humanidad, Cristo
tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios.
Como Hijo del hombre, nos dio un ejemplo de obediencia; como
Hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fue Cristo quien
habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: “YO SOY
EL QUE SOY... Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a
vosotros”.
Éxodo 3:14
. Tal era la garantía de la liberación de Israel.
Asimismo cuando vino “en semejanza de los hombres”, se declaró
el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios,
“manifestado en carne”. Y a nosotros nos dice: “YO SOY el buen
pastor”. “YO SOY el pan vivo”. “YO SOY el camino, y la verdad,
y la vida”. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”.
“YO SOY la seguridad de toda promesa”. “YO SOY; no tengáis
miedo”. “Dios con nosotros” es la seguridad de nuestra liberación
del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del
cielo.—
El Deseado de Todas las Gentes, 16
.
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Llevar a otros a Jesús, el Camino
—Cristo se entregó a sí mis-
mo para padecer una muerte de vergüenza y angustia, poniendo así
de manifiesto el gran sufrimiento de su alma por la salvación de
los que estaban a punto de perecer. Cristo puede, desea y anhela
salvar a todos los que acuden a él. Hablad a las almas que están en
peligro e inducidlas a contemplar a Jesús en la cruz, mientras muere
para poder perdonar. Hablad al pecador con el corazón rebosante
del tierno y compasivo amor de Cristo. Haya profundo fervor, pero
no se oiga una sola nota áspera o estridente de parte del que está
tratando de ganar al alma para que mire y viva.
Consagrad primero vuestra propia alma a Dios. Al contemplar
a vuestro Intercesor en el cielo, permitid que se quebrante vuestro
corazón. Entonces, enternecidos y subyugados, podréis dirigiros a
los pecadores que se arrepienten como quienes han experimentado
el poder del amor redentor. Orad con esas almas, llevándolas por fe
al pie de la cruz; elevad sus mentes junto con la vuestra, para que
contemplen con el ojo de la fe lo que vosotros miráis, es decir, a
Jesús, el Portador del pecado. Apartad sus miradas de su pobre yo
pecaminoso para que miren al Salvador, y la victoria estará ganada.
Contemplarán entonces por sí mismos al Cordero de Dios que quita