Llamados a estar allí
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Vamos hacia la patria
—Nos hallamos todavía en medio de las
sombras y el torbellino de las actividades terrenales. Consideremos
con sumo fervor el bienaventurado más allá. Que nuestra fe penetre
a través de toda nube de tinieblas, y contemplemos a Aquel que
murió por los pecados del mundo. Abrió las puertas del paraíso
para todos los que le reciban y crean en él. Les da la potestad de
llegar a ser hijos e hijas de Dios. Permitamos que las aflicciones
que tanto nos apenan y agravian sean lecciones instructivas, que
nos enseñen a avanzar hacia el blanco del premio de nuestra alta
vocación en Cristo. Sintámonos alentados por el pensamiento de
que el Señor vendrá pronto. Alegre nuestro corazón esta esperanza.
“Aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará”.
Hebreos
10:37
. Bienaventurados son aquellos siervos que, cuando venga su
Señor, sean hallados velando.
Vamos hacia la patria. El que nos amó al punto de morir por
nosotros, nos ha edificado una ciudad. La Nueva Jerusalén es nuestro
lugar de descanso. No habrá tristeza en la ciudad de Dios. Nunca
más se oirá el llanto ni la endecha de las esperanzas destrozadas y de
los afectos tronchados. Pronto las vestiduras de pesar se trocarán por
el manto de bodas. Pronto pre-senciaremos la coronación de nuestro
Rey. Aquellos cuya vida quedó escondida con Cristo, aquellos que
en esta tierra pelearon la buena batalla de la fe, resplandecerán con
la gloria del Redentor en el reino de Dios.
No transcurrirá mucho tiempo antes que veamos a Aquel en
quien ciframos nuestras esperanzas de vida eterna. Y en su presencia
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todas las pruebas y los sufrimientos de esta vida serán como nada.
“No perdáis pues vuestra confianza que tiene grande remuneración
de galardón: porque la paciencia os es necesaria; para que, habiendo
hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un
poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará”.
Hebreos 10:35-
37
. Alzad los ojos, sí, alzad los ojos, y permitid que vuestra fe
aumente de continuo. Dejad que esta fe os guíe a lo largo de la
senda estrecha que, pasando por las puertas de la ciudad de Dios,
nos lleva al gran más allá, al amplio e ilimitado futuro de gloria
destinado a los redimidos. “Pues, hermanos, tened paciencia hasta
la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto
de la tierra, aguardando con paciencia, hasta que reciba la lluvia
temprana y tardía. Tened también vosotros paciencia; confirmad