Página 39 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La segunda venida de Cristo
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A los redimidos les lleva siete días viajar al cielo
—Juntos en-
tramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar de
vidrio, donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano.
Nos dio también arpas de oro y palmas de victoria. En el mar de
vidrio, los 144.000 formaban un cuadro perfecto. Algunas coronas
eran muy brillantes y estaban cuajadas de estrellas, mientras que
otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos estaban perfectamente
satisfechos con su corona. Iban vestidos con un resplandeciente man-
to blanco desde los hombros hasta los pies. Había ángeles en todo
nuestro derredor mientras íbamos por el mar de vidrio hacia la puerta
de la ciudad. Jesús levantó su brazo potente y glorioso y, posándolo
en la perlina puerta, la hizo girar sobre sus relucientes goznes y
nos dijo: “En mi sangre lavasteis vuestras ropas y estuvisteis firmes
en mi verdad. Entrad”. Todos entramos, con el sentimiento de que
teníamos perfecto derecho a estar en la ciudad.—
Maranata: El Senor
Viene, 303
.
Jesús les da la bienvenida a los redimidos en la Nueva Jeru-
salén
—Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere
a sus discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las
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insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dis-
puestas en forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey, cuya
majestuosa estatura sobrepasa en mucho a la de los santos y de los
ángeles, y cuyo rostro irradia amor benigno sobre ellos. De un cabo
a otro de la innumerable hueste de los redimidos, toda mirada está
fija en él, todo ojo contempla la gloria de Aquel cuyo aspecto fue
desfigurado “más que el de cualquier hombre, y su forma más que
la de los hijos de Adán”.
Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia
diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lle-
va su propio “nombre nuevo” (
Apocalipsis 2:17
), y la inscripción:
“Santidad a Jehová”. A todos se les pone en la mano la palma de la
victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan
la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas,
produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes. Dicha
indecible estremece todos los corazones, y cada voz se eleva en
alabanzas de agradecimiento. “Al que nos amó, y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes