Página 38 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

Basic HTML Version

34
La Segunda Venida y el Cielo
brazos de sus madres. Amigos, a quienes la muerte tenía separados
desde largo tiempo, se reúnen para no separarse más, y con cantos
de alegría suben juntos a la ciudad de Dios.
En cada lado del carro nebuloso hay alas, y debajo de ellas,
ruedas vivientes; y mientras el carro asciende las ruedas gritan:
“¡Santo!” y las alas, al moverse, gritan: “¡Santo!” y el cortejo de los
ángeles exclama: “¡Santo, santo, santo, es el Señor Dios, el Todopo-
deroso!” Y los redimidos exclaman: “¡Aleluya!” mientras el carro
se adelanta hacia la nueva Jerusalén.—
El Conflicto de los Siglos,
703
.
Los impíos intentan en vano ocultarse de Jesús
—Los impíos
piden ser sepultados bajo las rocas de las montañas, antes que ver la
cara de Aquel a quien han despreciado y rechazado...
Los que pusieron en ridículo su aserto de ser el Hijo de Dios
enmudecen ahora. Allí está el altivo Herodes que se burló de su
título real y mandó a los soldados escarnecedores que le coronaran.
Allí están los hombres mismos que con manos impías pusieron sobre
su cuerpo el manto de grana, sobre sus sagradas sienes la corona de
espinas y en su dócil mano un cetro burlesco, y se inclinaron ante él
con burlas de blasfemia. Los hombres que golpearon y escupieron al
Príncipe de la vida, tratan de evitar ahora su mirada penetrante y de
huir de la gloria abrumadora de su presencia. Los que atravesaron
con clavos sus manos y sus pies, los soldados que le abrieron el
costado, consideran esas señales con terror y remordimiento.
Los sacerdotes y los escribas recuerdan los acontecimientos del
Calvario con claridad aterradora. Llenos de horror recuerdan cómo,
moviendo sus cabezas con arrebato satánico, exclamaron: “A otros
salvó, a sí mismo no puede salvar: si es el Rey de Israel, descienda
[47]
ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si
le quiere”.
Mateo 27:42, 43
.
Y entonces se levanta un grito de agonía mortal. Más fuerte que
los gritos de “¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado!” que resonaron
por las calles de Jerusalén, estalla el clamor terrible y desesperado:
“¡Es el Hijo de Dios! ¡Es el verdadero Mesías!” Tratan de huir de
la presencia del Rey de reyes. En vano tratan de esconderse en
las hondas cuevas de la tierra desgarrada por la conmoción de los
elementos.—
El Conflicto de los Siglos, 700, 701
.