Página 72 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La Segunda Venida y el Cielo
Abrahán, Isaac, Jacob, Noé y Daniel
—En otro pasaje del libro
A Word to the Little Flock
[Un mensaje a la pequeña grey], hablo
de escenas de la “tierra nueva y declaro que allí vi a santos de la
antigüedad: Abrahán, Isaac, Jacob, Noé, Daniel y muchos como
ellos”.—
Mensajes Selectos 1:73
.
Los que han seguido al Modelo
—...Los santos que lo espe-
ran estarán mirando al cielo, como los “varones galileos” cuando
ascendió desde el monte de las Olivas. Luego, sólo los que son san-
tos, los que han seguido enteramente al manso Modelo, exclamarán
con gozoso arrobamiento al contemplarlo: “He aquí éste es nuestro
Dios, le hemos esperado, y nos salvará”. Y serán transformados “en
un momento, en un abrir de ojo, y a la final trompeta”, esa trom-
peta que resucita a los santos dormidos y los llama a levantarse
de sus lechos de polvo, revestidos de gloriosa inmortalidad, excla-
mando: “¡Victoria! ¡Victoria! sobre la muerte y el sepulcro”. Los
santos transformados son arrebatados junto con ellos para encontrar
al Señor en el aire, para no separarse nunca más del objeto de su
amor.—
Hijos e Hijas de Dios, 362
.
[92]
Los que hacen su voluntad
—El carácter que nosotros revele-
mos ahora es el que decide nuestro destino futuro. La felicidad del
cielo se hallará poniéndose en conformidad con la voluntad de Dios,
y si los hombres llegan a ser miembros de la familia real en el cielo
es porque éste ha comenzado con ellos en la tierra. Han albergado
el espíritu de Cristo... El justo se apropiará de cada gracia, de toda
facultad preciosa y santificada de las cortes del cielo, y cambiará la
tierra por el cielo.—
Hijos e Hijas de Dios, 363
.
Los que trabajan en armonía con Dios
—Nadie, ni siquiera
Dios, puede llevarnos al cielo a menos que hagamos de nuestra parte
el esfuerzo necesario. Debemos enriquecer nuestra vida con rasgos
de belleza. Debemos extirpar los rasgos naturales desagradables que
nos hacen diferentes de Jesús. Aunque Dios obra en nosotros para
querer y hacer su beneplácito, debemos obrar en armonía con él. La
religión de Cristo transforma el corazón. Dora de ánimo celestial
al hombre de ánimo mundanal. Bajo su influencia, el egoísta se
vuelve abnegado, porque tal es el carácter de Cristo. El deshonesto
y maquinador, se vuelve de tal manera íntegro, que viene a ser su
segunda naturaleza hacer a otros como quisiera que otros hiciesen
con él. El disoluto queda transformado de la impureza a la pureza.