Página 93 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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El fin de la maldad
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para sostener sus pretensiones. Fortalece a los débiles y a todos les
infunde su propio espíritu y energía. Propone dirigirlos contra el real
de los santos y tomar posesión de la ciudad de Dios.—
El Conflicto
de los Siglos, 721
.
[119]
Satanás y sus seguidores marchan contra la santa ciudad
Al fin se da la orden de marcha, y las huestes innumerables se
ponen en movimiento—un ejército cual no fue jamás reunido por
conquistadores terrenales ni podría ser igualado por las fuerzas
combinadas de todas las edades desde que empezaron las guerras en
la tierra—. Satanás, el más poderoso guerrero, marcha al frente, y sus
ángeles unen sus fuerzas para esta batalla final. Hay reyes y guerreros
en su comitiva, y las multitudes siguen en grandes compañías, cada
cual bajo su correspondiente jefe. Con precisión militar las columnas
cerradas avanzan sobre la superficie desgarrada y escabrosa de la
tierra hacia la ciudad de Dios. Por orden de Jesús, se cierran las
puertas de la nueva Jerusalén, y los ejércitos de Satanás circundan
la ciudad y se preparan para el asalto.—
El Conflicto de los Siglos,
722
.
La coronación final de Cristo se realiza en presencia de todo
el universo
—Entonces Cristo reaparece a la vista de sus enemigos.
Muy por encima de la ciudad, sobre un fundamento de oro bruñido,
hay un trono alto y encumbrado. En el trono está sentado el Hijo
de Dios, y en torno suyo están los súbditos de su reino. Ningún
lenguaje, ninguna pluma pueden expresar ni describir el poder y la
majestad de Cristo. La gloria del Padre Eterno envuelve a su Hijo.
El esplendor de su presencia llena la ciudad de Dios, rebosando más
allá de las puertas e inundando toda la tierra con su brillo.
Inmediatos al trono se encuentran los que fueron alguna vez
celosos en la causa de Satanás, pero que, cual tizones arrancados del
fuego, siguieron luego a su Salvador con profunda e intensa devo-
ción. Vienen después los que perfeccionaron su carácter cristiano en
medio de la mentira y de la incredulidad, los que honraron la ley de
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Dios cuando el mundo cristiano la declaró abolida, y los millones de
todas las edades que fueron martirizados por su fe. Y más allá está
la “grande muchedumbre, que nadie podía contar, de entre todas las
naciones, y las tribus, y los pueblos, y las lenguas... de pie ante el
trono y delante del Cordero, revestidos de ropas blancas, y teniendo
palmas en sus manos”.
Apocalipsis 7:9 (VM)
. Su lucha terminó;