Página 227 - Testimonios Acerca de Conducta Sexual, Adulterio y Divorcio (1993)

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Consejos a un presidente de la Asociación General
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han caído en grandes pecados, pero se ha trabajado por los tales,
luego Dios ha aceptado sus labores. Cuando me han pedido que les
permita ir a trabajar y que no me aflija por ellos, les he dicho: “No
lo abandonaré; Ud. debe juntar fuerzas para vencer”. Esos hombres
están ahora en servicio activo...
No justificar el pecado sino ganar a los pecadores
—Mi mente
se siente muy perpleja por estas cosas, pues no las puedo armonizar
con la conducta manifestada. Tengo temor de justificar el pecado,
y también temo dejar al pecador en su camino sin hacer esfuerzo
alguno por restaurarlo. Pienso que, si nuestro corazón estuviera
más plenamente imbuido del Espíritu de Cristo, tendríamos su amor
purificador y obraríamos con fortaleza espiritual para restaurar al
errante, no dejándolo bajo el control de Satanás.
Necesidad de religión de corazón
—Necesitamos una religión
de buen corazón, que nos permita no sólo reprobar, reprender y
exhortar con paciencia y doctrina, sino estrechar a los errantes en
nuestros brazos de fe y conducirlos a la cruz de Cristo. Tenemos que
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ponerlos en contacto con el Salvador que carga con el pecado.
Estoy más dolida de lo que puedo expresar al ver cuán poca
aptitud y habilidad se manifiesta para salvar a las almas entrampadas
por Satanás. Percibo un frío fariseísmo que se mantiene a la distancia
de un brazo del que ha sido engañado por el adversario de las almas.
Luego pienso: ¿Qué pasaría si Jesús nos tratase a nosotros de esa
manera? ¿Será que ha de crecer entre nosotros este espíritu? Si así
fuere, mis hermanos tendrán que disculparme; no puedo trabajar con
ellos. No participaré de este tipo de trabajo.
Corazones de carne, no de hierro
—Quisiera llamar la atención
a las parábolas de la oveja perdida y el hijo pródigo. Quisiera que
estas parábolas pudieran influir sobre mi corazón y mi mente. Pienso
en Jesús. ¡Qué amor y ternura manifestó hacia el errante, el hombre
caído! Por eso pienso en el severo juicio que alguien pronuncia
sobre su hermano que ha fracasado ante la tentación, y ello me
enferma. Veo hierro en los corazones y pienso que deberíamos orar
por corazones de carne...
Me gustaría que tuviéramos mucho más del Espíritu de Cristo,
mucho menos del yo y menos de opiniones humanas. Si nos equivo-
camos, permitamos que sea del lado de la misericordia más bien que
del lado de la condenación y del proceder duro.—
Carta 16, 1887
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