Los miembros de iglesia y el adulterio
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horrible pecado piensa que todo lo que tiene que hacer es confesar
que fue un error, que lo lamenta, y luego puede gozar de todos los
privilegios de la casa de Dios y recibir el abrazo de comunión de la
iglesia.
Han llegado a pensar que no se trata de un pecado tan grande, y
así consideran livianamente la violación del séptimo mandamiento.
Ello era suficiente para retirar del campamento el arca de Dios, en
caso que no hubiera habido otro pecado que motivara el alejamiento
del arca, debilitando así a Israel.
Suspensión de los adúlteros de la iglesia
—Los que quebranten
del séptimo mandamiento deberían ser suspendidos de la iglesia,
no gozar de su comunión, ni de los privilegios de la casa de Dios.
Dijo en ángel: “Este no es un pecado de ignorancia. Es un pecado
conocido y recibirá la pavorosa visitación de Dios, no importa si
quien lo cometió es una persona de edad o un joven”.
Pecado arrogante y deliberado
—Nunca fue este pecado con-
siderado por Dios tan excesivamente pecaminoso como en la actua-
lidad. ¿Por qué? Porque Dios está tratando de purificar para sí a un
pueblo peculiar, celoso de buenas obras. Es justamente cuando Dios
está purificando este pueblo peculiar para sí, cuando individuos [no
santificados] han venido a nosotros. A pesar de las claras verdades
que han oído—los espantos de la Palabra de Dios han sido puestos
delante de ellos, y la resplandeciente verdad para estos días, con el
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propósito de despertar a Israel—, pecan con arrogancia, dan salida a
las pasiones del corazón carnal, gratifican sus propensiones anima-
les, causan desgracia a la obra de Dios, ¡y luego confiesan que han
pecado y que lo lamentan!
Y la iglesia los recibe y dice “amén” a sus oraciones y exhor-
taciones, que son hedor a la nariz de Dios y causan el descenso de
su ira sobre el campamento. El no estará presente en sus asambleas.
Quienes avancen así, negligentemente, cubriendo con “revoque” sus
pecados, serán abandonados a sus propias sendas para que se harten
de sus acciones.
Los que antiguamente cometían tales pecados eran conducidos
fuera del campamento y apedreados hasta que morían. La muerte
temporal y eterna era su condena. Aunque la penalidad del apedrea-
miento ha sido abolida, permitirse este pecado—peor aún pensar que