Página 292 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
Debemos hacer frente al mortal conflicto. ¿Estamos preparados para
ello? Dios todavía habla a los hijos de los hombres. Está hablando de
muchas formas distintas. ¿Oiremos su voz? ¿Colocaremos nuestras
manos con toda confianza en las suyas, y diremos: “Condúceme,
guíame”?
Existe religión barata en abundancia, pero no existe un cristia-
nismo barato. El yo puede figurar mayormente en una falsa religión,
pero no puede aparecer en la experiencia cristiana. Sois colaborado-
res de Dios. “Separados de mí—dijo Cristo—, nada podéis hacer”.
No podemos ser pastores del rebaño a menos que seamos despoja-
dos de nuestros propios hábitos, modales y costumbres peculiares y
seamos transformados a la semejanza de Cristo. Cuando comemos
su carne y bebemos su sangre, los elementos de la vida eterna se
encuentran en el ministerio. No habrá un acopio de ideas añejas
repetidas a menudo. Habrá una nueva percepción de la verdad.
Algunos de los que se presentan en el púlpito avergüenzan a
los mensajeros celestiales que se hallan en el auditorio. El precioso
Evangelio, que ha costado tanto traer al mundo, es profanado. El
lenguaje es común y barato; hay actitudes y muecas grotescas. Al-
gunos hablan en forma muy rápida; otros tienen una enunciación
pesada y confusa. Todo el que ministra a la gente debe sentir que
tiene el solemne deber de examinarse a sí mismo. Debe entregarse
primeramente él mismo al Señor en una completa renuncia propia,
determinado a no tener nada del yo, sino la totalidad de Jesús.
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La palabra es la luz del predicador, y a medida que el aceite áureo
fluye del olivo celestial al vaso, permite que la lámpara de la vida
brille con una claridad y un poder que todos discernirán. Los que
tienen el privilegio de aprender de un ministerio tal, si sus corazones
son sensibles a la influencia del Espíritu Santo, sentirán surgir la
vida en su interior. El fuego del amor de Dios será encendido dentro
de ellos. La Biblia, la Palabra de Dios, es el pan de vida. El que
alimenta al rebaño de Dios, debe comer él mismo primero del pan
que vino del cielo. Verá la verdad en todos sus aspectos. No se
aventurará a presentarse delante de la gente hasta que no haya tenido
primeramente comunión con Dios. Entonces es inducido a trabajar
como Cristo trabajó. Respeta las variadas mentes que componen su
auditorio. Tiene una palabra que se aplica al caso de todos, y no ideas