Página 81 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Amonestaciones fieles y fervientes
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¡Cuánta paciencia tuvo Dios con la nación judía al soportar sus
murmuraciones y rebeliones, su transgresión del sábado y todos
los demás preceptos de la ley! El Señor declaró repetidamente que
los judíos eran peores que los paganos. Cada generación excedía
a la precedente en culpa. El Señor permitió que fueran llevados en
cautiverio, pero después de su liberación sus requerimientos fueron
olvidados. Todo lo que confiara a ese pueblo para que lo guardase
como sagrado era pervertido o desplazado por las invenciones de
hombres rebeldes. Cristo les dijo en sus días: “¿No os dio Moisés la
ley, y ninguno de vosotros cumple la ley?” Y ésos eran los hombres
que se erigían como jueces y censores de aquellos a quienes el
Espíritu Santo estaba impulsando a declarar la Palabra de Dios al
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pueblo. Véase
Juan 7:19-23, 27, 28
;
Lucas 11:37-52
.
Ha de quitarse todo impedimento al Espíritu Santo
Leed estos pasajes de la Biblia a la gente. Leed cuidadosa y
solemnemente, y el Espíritu Santo estará a vuestro lado para impre-
sionar las mentes mientras leéis. Pero no leáis sin tener el verdadero
sentido de la palabra en vuestro propio corazón. Si Dios alguna vez
ha hablado por mi intermedio, estos pasajes significan mucho para
aquellos que los escuchen.
Los hombres finitos deben cuidarse de tratar de controlar a sus
semejantes, ocupando el lugar asignado al Espíritu Santo. No sien-
tan los hombres que es su prerrogativa dar al mundo lo que ellos
piensan que es la verdad, e impedir que se le dé algo contrario a
sus ideas. Esta no es su obra. Muchas cosas inaceptables aparecerán
como verdades evidentes para aquellos que creen que su propia in-
terpretación de las Escrituras siempre es correcta. Habrá que realizar
cambios muy importantes con respecto a ciertas ideas que algunos
han aceptado como perfectas. Estos hombres dan evidencia de fali-
bilidad en muchísimas maneras; trabajan guiándose por principios
que la Palabra de Dios condena. Lo que me conmueve hasta lo más
profundo de mi ser, y me hace saber que sus obras no son las obras
de Dios, es que ellos suponen que tienen autoridad para gobernar a
sus semejantes. El Señor no les ha dado más derecho a gobernar a
otros que el derecho que ha dado a otros para gobernarlos a ellos.