Página 117 - La Temperancia (1976)

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La conversión, el secreto de la victoria
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por el uso del licor y del tabaco. Estaba postrado por los efectos
de la disipación, y su vestimenta estaba en consonancia con su
quebrantada condición. A todas luces había ido demasiado lejos
como para ser rescatado, pero cuando lo insté a que resistiera la
tentación en la fuerza del Salvador resucitado, se levantó temblando
y dijo: “Ud. se interesa por mí, y yo me interesaré por mí mismo”.
Seis meses después llegó a mi casa. No lo reconocí. Con un rostro
radiante de gozo y los ojos llenos de lágrimas, me aferró la mano y
dijo: “Ud. no me conoce, pero, ¿recuerda al hombre vestido de azul
que se levantó en su congregación y dijo que trataría de reformarse?”
Estaba asombrada. Allí estaba de pie, y parecía diez años más joven.
Había ido a su casa de esa reunión y había pasado en oración y lucha
largas horas hasta que salió el sol. Fue una noche de conflicto, pero
gracias a Dios, salió victorioso. Este hombre podía hablar, por su
triste experiencia, acerca de la esclavitud de estos malos hábitos.
Sabía cómo advertir a los jóvenes de los peligros de la contaminación
y podía señalar a Cristo como la única fuente de ayuda a los que
como él hubiesen sido vencidos.—
Christian Temperance and Bible
Hygiene, 19, 20
.
Sin Cristo, no hay reforma genuina
—Sin el poder divino, nin-
guna reforma verdadera puede llevarse a cabo. Las vallas humanas
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levantadas contra las tendencias naturales y fomentadas no son más
que bancos de arena contra un torrente. Sólo cuando la vida de
Cristo es en nuestra vida un poder vivificador podemos resistir las
tentaciones que nos acometen de dentro y de fuera.
Cristo vino a este mundo y vivió conforme a la ley de Dios
para que el hombre pudiera dominar perfectamente las inclinaciones
naturales que corrompen el alma. El es el Médico del alma y del
cuerpo y da la victoria sobre las pasiones guerreantes. Ha provisto
todo medio para que el hombre pueda poseer un carácter perfecto.
Al entregarse uno a Cristo, la mente se sujeta a la dirección de la
ley; pero ésta es la ley real, que proclama la libertad a todo cautivo.
Al hacerse uno con Cristo, el hombre queda libre. Sujetarse a la
voluntad de Cristo significa ser restaurado a la perfecta dignidad de
hombre.
Obedecer a Dios es quedar libre de la servidumbre del pecado y
de las pasiones e impulsos humanos. El hombre puede ser vencedor
de sí mismo, triunfar de sus propias inclinaciones, de principados y