Página 144 - La Temperancia (1976)

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La Temperancia
si hubiese descuidado su deber o si se hubiese cansado de bien
hacer.—
Manuscrito 1, 1878
.
Salvaguardias para el obrero
—Las tentaciones a que estamos
expuestos cada día hacen de la oración una necesidad. Todo camino
está sembrado de peligros. Los que procuran rescatar a otros del
vicio y de la ruina están especialmente expuestos a la tentación.
En continuo contacto con el mal, necesitan apoyarse fuertemente
en Dios, si no quieren corromperse. Cortos y terminantes son los
pasos que conducen a los hombres desde las alturas de la santidad
al abismo de la degradación. En un solo momento pueden tomarse
resoluciones que determinen para siempre el destino personal. Al no
obtener la victoria una vez, el alma queda desamparada. Un hábito
vicioso que dejemos de reprimir se convertirá en cadenas de acero
que sujetarán a todo el ser.
Muchos se ven abandonados en la tentación porque no han teni-
do la vista siempre fija en el Señor. Al permitir que nuestra comunión
con Dios se interrumpa, perdemos nuestra defensa. Ni aun todos
vuestros buenos propósitos e intenciones os capacitarán para resis-
tir al mal. Tenéis que ser hombres y mujeres de oración. Vuestras
peticiones no deben ser lánguidas, ocasionales, ni caprichosas, sino
ardientes, perseverantes y constantes. No siempre es necesario arro-
dillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador
cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro tra-
bajo cotidiano. Elévese el corazón de continuo en silenciosa petición
de ayuda, de luz, de fuerza, de conocimiento. Sea cada respiración
una oración.
Protección para los que confían en Dios
—Como obreros de
Dios, debemos llegar a los hombres doquiera estén, rodeados de
tinieblas, sumidos en el vicio y manchados por la corrupción. Pero
mientras afirmemos nuestro pensamiento en Aquel que es nuestro
sol y nuestro escudo, el mal que nos rodea no manchará nuestras
vestiduras. Mientras trabajemos para salvar las almas prontas a
perecer, no seremos avergonzados si ponemos nuestra confianza en
Dios. Cristo en el corazón, Cristo en la vida: tal es nuestra seguridad.
La atmósfera de su presencia llenará el alma de aborrecimiento a
todo lo malo. Nuestro espíritu puede identificarse de tal modo con
el suyo, que en pensamiento y propósito seremos uno con él.—
El
Ministerio de Curación, 408, 409
.
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