Página 222 - La Temperancia (1976)

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La Temperancia
se niega a contener el desarrollo de un comercio que llena al mundo
de males.
¿Debe esto continuar así? ¿Seguirán las almas luchando por la
victoria, teniendo ante ellas y abiertas de par en par las puertas de la
tentación? ¿Continuará la plaga de la intemperancia siendo baldón
del mundo civilizado? ¿Seguirá arrasando, año tras año, como fuego
consumidor, millares de hogares felices? Cuando un buque zozobra
a la vista de la ribera, los espectadores no permanecen indiferentes.
Hay quienes arriesgan la vida para ir en auxilio de hombres y mujeres
a punto de hundirse en el abismo. ¿Cuánto más esfuerzo no debe
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hacerse para salvarlos de la suerte del borracho?
El borracho y su familia no son los únicos que corren peligro por
culpa del que expende bebidas, ni es tampoco el recargo de impues-
tos el mayor mal que acarrea su tráfico. Estamos todos entretejidos
en la trama de la humanidad. El mal que sobreviene a cualquier parte
de la gran confraternidad humana entraña peligros para todos.
Más de uno, que seducido por amor al lucro o a la comodidad
no quiso preocuparse para que se restringiese el tráfico de bebidas,
advirtió después demasiado tarde que este tráfico le afectaba. Vio a
sus propios hijos embrutecidos y arruinados. La anarquía prevalece.
La propiedad peligra. La vida no está segura. Multiplícanse las
desgracias en tierra y mar. Las enfermedades que se engendran en
las guaridas de la suciedad y la miseria penetran en las casas ricas y
lujosas. Los vicios fomentados por los que viven en el desorden y el
crimen infectan a los hijos de las clases de refinada cultura.
No existe persona cuyos intereses no peligren por causa del co-
mercio de las bebidas alcohólicas. No hay nadie que por su propia
seguridad no debiera resolverse a aniquilar este tráfico.—
El Minis-
terio de Curación, 265, 266
.
Nunca podrá haber una sociedad justa mientras existan estos
males, y no podrá efectuarse ninguna reforma verdadera hasta que
la ley cierre las tabernas, no sólo los domingos, sino todos los días
de la semana. El cierre de esos locales promovería el orden público
y la felicidad doméstica.—
The Signs of the Times, 11 de febrero de
1886
.
La honra de Dios, la estabilidad de la nación, el bienestar de
la sociedad, del hogar y del individuo, exigen cuanto esfuerzo sea
posible para despertar al pueblo y hacerle ver los males de la in-