Página 221 - La Temperancia (1976)

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Eliminad la tentación
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El dueño de un animal peligroso, que, a sabiendas, lo deja suelto,
responde ante la ley por el mal que cause el animal. En las leyes
dadas a Israel, el Señor dispuso que cuando una bestia peligrosa
causara la muerte de un ser humano, el dueño de aquélla debía expiar
con su propia vida su descuido o su perversidad. De acuerdo con
este mismo principio, el gobierno que concede patentes al vendedor
de bebidas debiera responder de las consecuencias del tráfico. Y
si es un crimen digno de muerte dejar suelto un animal peligroso,
¿cuánto mayor no será el crimen que consiste en sancionar la obra
del vendedor de bebidas?
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Concédense patentes en atención a la renta que producen para
el tesoro público. Pero, ¿qué es esta renta comparada con los enor-
mes gastos que ocasionan los criminales, los locos, el pauperismo,
frutos todos del comercio del alcohol? Estando bajo la influencia
de la bebida, un hombre comete un crimen; se le procesa, y quienes
legalizaron el tráfico de las bebidas se ven obligados a encarar las
consecuencias de su propia obra. Autorizaron la venta de bebidas
que privan al hombre de la razón, y ahora tienen que mandar a este
hombre a la cárcel o a la horca, dejando a menudo sin recursos a una
viuda y sus hijos, quienes quedarán a cargo de la comunidad en que
vivan.
Si se considera tan sólo el aspecto financiero del asunto, ¡cuán
insensato es tolerar semejante negocio! Pero, ¿qué rentas pueden
compensar la pérdida de la razón, el envilecimiento y la deformación
de la imagen de Dios en el hombre, así como la ruina de los niños
que, reducidos al pauperismo y a la degradación, perpetuarán en sus
propios hijos las malas inclinaciones de sus padres beodos?—
El
Ministerio de Curación, 263-265
.
Lo que puede lograr la prohibición
—El hombre que contrajo
el hábito de la bebida se encuentra en una situación desesperada. Su
cerebro está enfermo y su voluntad debilitada. En lo que toca a su
propia fuerza, sus apetitos son ingobernables. No se puede razonar
con él ni persuadirle a que se niegue a sí mismo. El que ha sido
arrastrado a los antros del vicio, por mucho que haya resuelto no
beber más, se ve inducido a llevar de nuevo la copa a sus labios;
y apenas pruebe la bebida, sus más firmes resoluciones quedarán
vencidas, y aniquilado todo vestigio de voluntad. ... Al legalizar el
tráfico de las bebidas alcohólicas, la ley sanciona la ruina del alma, y