Página 287 - La Temperancia (1976)

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En cristianía (actual Oslo), Noruega—1886
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nobleza con que honra la naturaleza a los que son obedientes a
sus leyes. Y cuando su habilidad y conocimientos fueron puestos a
prueba por el rey, al terminar los tres años de preparación, ninguno
fue hallado “como Daniel, Ananías, Misael y Azarías”. Su aguda
comprensión, su lenguaje selecto y exacto, su extenso y variado
conocimiento, testificaban de un vigor sin deterioro y de la potencia
de sus facultades mentales.
La historia de Daniel y sus compañeros ha sido registrada en
las páginas de la Palabra inspirada para beneficio de los jóvenes de
todos los siglos venideros. Los que quieran preservar sus facultades
intactas para el servicio de Dios, deben observar estricta temperancia
en el uso de todas las buenas dádivas divinas, así como abstinencia
total de toda complacencia dañina o denigrante. Lo que los hom-
bres han hecho, los hombres pueden hacer. Esos fieles hebreos, ¿se
mantuvieron firmes en medio de gran tentación y dieron un noble
testimonio a favor de la verdadera temperancia? Los jóvenes de hoy
pueden dar un testimonio similar, aun bajo circunstancias igualmente
desfavorables. Ojalá ellos emularan el ejemplo de aquellos jóvenes
hebreos; pues todos los que lo deseen, al igual que ellos, pueden
gozar del favor y de la bendición de Dios.
Dinero que podría haber hecho bien
—Hay todavía otro as-
pecto del tema de la temperancia que debería ser considerado cuida-
dosamente. No sólo es el uso de estimulantes antinaturales, inútiles
y perniciosos, sino es también derroche y despilfarro. Cada año así
se disipa una inmensa suma. El dinero que se gasta para tabaco
podría sostener todas las misiones del mundo; los medios peor que
derrochados en bebidas fuertes educarían a los jóvenes que ahora
van a la deriva en una vida de ignorancia y crimen y los prepararían
para hacer una noble obra para Dios. Hay millares y más millares
de padres que gastan sus ingresos en complacencia propia, robando
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a sus hijos alimento, vestido y los beneficios de la educación. Y
multitudes de profesos cristianos estimulan estas prácticas con su
ejemplo. ¿Qué cuenta darán a Dios por el derroche de sus dádivas?
El dinero es uno de los dones confiados a nosotros para alimentar
al hambriento, vestir al desnudo, socorrer al afligido y enviar el
Evangelio a los pobres. Pero, ¡cómo se descuida esta obra! Cuando
venga el Maestro a ajustar cuentas con sus siervos, ¿no dirá a muchos:
“En cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a