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Capítulo 28—“Paz a vosotros”
Al Atardecer de aquel mismo día, dos de los discípulos se diri-
gían a un pueblo llamado Emaús, que distaba unos doce kilómetros
de Jerusalén.
Estaban perplejos por los acontecimientos recientes. Especial-
mente los confundía el informe de las mujeres que habían visto a los
ángeles, y habían encontrado a Jesús después de su resurrección.
Regresaban ahora a su hogar para meditar y orar, con la esperanza
de obtener alguna luz sobre estos sucesos tan extraños para ellos.
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Mientras transitaban, un desconocido se acercó y comenzó a
caminar con ellos; pero estaban tan ocupados en su conversación
que apenas notaron su presencia.
Tan cargados de dolor estaban estos hombres fuertes, que llora-
ban mientras recorrían el camino. El corazón piadoso de Jesús sintió
el deseo de consolarlos.
Como si fuera un extraño, comenzó a hablar con ellos. “Pero los
ojos de ellos estaban velados, para que no lo conocieran. Él les dijo:
¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis,
y por qué estáis tristes?
“Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo:
“¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las
cosas que en ella han acontecido en estos días?
“Entonces él les preguntó: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De
Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra
delante de Dios y de todo el pueblo”.
Lucas 24:16-19
.
Ellos le contaron todo lo que había ocurrido y repitieron el
informe de las mujeres que habían estado en la tumba temprano, esa
misma mañana. El entonces dijo:
“¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profe-
tas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas,
y que entrara en su gloria?
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