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La Única Esperanza
Como la luz de un faro que brilla en las tinieblas y guía al barco
con toda seguridad al puerto, así también los seguidores de Cristo
han de brillar en la oscuridad de este mundo para llevar a los hombres
al Salvador.
Esta es la obra que Jesús nos invita a realizar en favor de la
salvación de otros.
El buen samaritano
Estas enseñanzas eran extrañas y nuevas para los oyentes de
Cristo, de modo que tuvo que repetírselas muchas veces. En una
oportunidad un doctor de la ley se acercó a preguntarle: “Maestro,
¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Y Jesús le dijo: ¿Qué
está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?
“Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo
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tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
“Bien has respondido—dijo Cristo—; haz esto, y vivirás”. El
escriba sabía que no había amado a los otros como a sí mismo. En
vez de arrepentirse, trató de encontrar una excusa para su egoísmo.
Por eso le preguntó a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”
Lucas 10:25-
29
.
Los sacerdotes y rabinos a menudo discutían acerca de este tema.
Ellos no consideraban al pobre y al ignorante como sus prójimos,
y no les demostraban ninguna bondad. Cristo no tomó parte en sus
disputas, sino que contestó la pregunta relatando un hecho que había
ocurrido hacía poco tiempo.
Cierto hombre, dijo él, iba de Jerusalén a Jericó. El camino era
empinado y rocoso, y pasaba por una región agreste y solitaria. Aquí
el hombre fue asaltado por los ladrones, y despojado de cuanto tenía.
Lo golpearon, lo hirieron, y lo dejaron en el camino como muerto.
Mientras el hombre estaba allí tirado, pasaron por el lugar un sa-
cerdote y un levita del templo de Jerusalén. Pero en vez de ayudarlo,
siguieron de largo por otro lado.
Estos hombres habían sido elegidos para oficiar en el templo
de Dios y debían haber estado, como él, llenos de misericordia y
bondad. Pero sus corazones eran fríos y duros.