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Las enseñanzas de Cristo
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Después de un rato se acercó un samaritano. Los samaritanos
eran despreciados y odiados por los judíos, a tal punto que no les
hubiesen ayudado ni con un vaso de agua, ni con un bocado de pan.
Pero el samaritano no pensó en eso. Tampoco en los ladrones que
podían estar aguardándolo.
Allí estaba el extranjero, desangrándose y a punto de morir. Se
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despojó de su propio manto y lo envolvió.
Le dio de beber su propio vino y puso aceite sobre sus heridas.
Lo subió a su cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó toda la
noche.
A la mañana siguiente, antes de partir, pagó al posadero para
que lo cuidara hasta que se restableciese. Cuando Jesús terminó de
contar la historia se volvió hacia el doctor de la ley y le preguntó:
“¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que
cayó en manos de los ladrones?”
El doctor de la ley respondió: “El que usó de misericordia con
él”.
Entonces Jesús le dijo: “Ve, y haz tú lo mismo”.
Lucas 10:35-37
.
De este modo Jesús nos enseñó que el prójimo es toda persona
que necesita de nuestra ayuda, y a quien, por lo tanto, deberíamos
tratar del mismo modo como nos gustaría que nos trate a nosotros.
El sacerdote y el levita pretendían guardar los mandamientos
de Dios, pero fue el samaritano el que realmente los cumplió. Su
corazón era bondadoso y amante, lo que vale más que todas las
riquezas del mundo.
Al cuidar del extranjero herido, reveló que amaba a Dios y al
hombre. A Dios le agrada que mutuamente nos hagamos bien y que
demostremos nuestro amor hacia él siendo bondadosos con los que
nos rodean.
Si vivimos así, estaremos actuando como verdaderos hijos de
Dios y habitaremos con Cristo en el cielo.
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