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Capítulo 17—Traición y arresto de Jesús
Quando Jesús se dirigió al encuentro de su traidor, no se veía
en su rostro ninguna huella del sufrimiento por el cual acababa de
pasar. Adelantándose a sus discípulos, preguntó a la turba:
“¿A quién buscáis?”
Ellos respondieron: “A Jesús nazareno”.
Jesús les dijo: “Yo soy”.
Juan 18:4, 5
.
Al pronunciar Jesús estas palabras, el ángel que acababa de
auxiliarlo se interpuso entre él y la muchedumbre. Una luz divina
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iluminaba el semblante del Salvador, y la figura de una paloma
volaba sobre él.
La turba criminal no pudo soportar ni por un momento la pre-
sencia de esta gloria divina. Retrocedieron, y los sacerdotes, los
ancianos y los soldados cayeron como muertos al suelo.
El ángel se retiró, y la luz se desvaneció. Jesús podía haber
escapado, sin embargo permaneció tranquilo y con pleno dominio
de sí mismo. En cambio sus discípulos estaban demasiado asustados
como para pronunciar una palabra.
Los soldados romanos se recobraron rápidamente del susto y,
junto con los sacerdotes y Judas, rodearon a Jesús. Parecían aver-
gonzados de su debilidad, y temerosos de que él escapara. De nuevo
Cristo les preguntó: “¿A quién buscáis?”
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De nuevo contestaron: “A Jesús nazareno”. El Salvador dijo
entonces: “Os he dicho que yo soy. Si me buscáis a mí, dejad ir a
estos”.
Juan 18:7, 8
.
En esta hora de prueba, los pensamientos de Cristo eran para
sus queridos discípulos. No deseaba que sufrieran, aun cuando él
tuviera que ir a la prisión y a la muerte.
El traidor
Judas, el traidor, no se olvidó de la parte que debía desempeñar.
Se acercó a Jesús y lo besó.
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