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La Única Esperanza
la terrible prueba, y el Cordero de Dios hubiera sido una ofrenda
imperfecta, y la redención del hombre un fracaso.
Pero aquel que comandaba la hueste angelical, y que al instante
podía haber hecho venir en su ayuda a legiones de santos ángeles,
uno solo de los cuales hubiera vencido de inmediato a aquella turba
cruel; aquel que podía haber herido a sus atormentadores con la
refulgencia de su divina majestad, se sometió con dignidad a los más
duros ultrajes e insultos.
La crueldad degradaba a sus torturadores a un plano más bajo
que el nivel humano, haciéndolos semejantes a Satanás, de la misma
manera que la humildad y mansedumbre de Jesús lo exaltaban por
encima de la humanidad, certificando de este modo la relación que
Cristo tenía con Dios.
“¡Crucifícalo! ¡crucifícalo!”
Profundamente conmovido por la paciencia silenciosa del Sal-
vador, Pilato pidió que Barrabás fuera traído a la sala de juicio;
entonces presentó a los dos presos juntos. Señalando al Salvador,
dijo con voz de solemne súplica: “¡Este es el hombre!” “Mirad, os lo
traigo fuera para que entendáis que ningún delito hallo en él”.
Juan
19:5, 4
.
Allí estaba el Hijo de Dios, vestido con el manto del escarnio
y ceñido con la corona de espinas. Desnudo hasta la cintura, sus
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espaldas mostraban grandes y largas heridas de las cuales fluía la
sangre copiosamente. Su rostro estaba ensangrentado, y tenía las
señales del agotamiento y el dolor; pero nunca había parecido más
hermoso. Cada rasgo expresaba bondad y resignación, y la más
tierna piedad por sus crueles verdugos.
¡Qué notable contraste entre él y el prisionero que se hallaba a
su lado! Cada detalle del semblante de Barrabás mostraba que era el
endurecido rufián que todos conocían.
Entre los espectadores había algunos que simpatizaban con Jesús.
Aun los sacerdotes y los príncipes de los judíos estaban convenci-
dos de que era lo que decía ser. Pero no querían rendirse. Habían
inducido a la turba a una furia loca, y de nuevo los sacerdotes, los
príncipes y el pueblo elevaron el terrible grito:
“¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”