Los ángeles durante la encarnación y la niñez de Cristo
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cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado.
Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de
la herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra
cuáles eran aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para
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compartir nuestras penas y tentaciones, y darnos el ejemplo de una
vida sin pecado.—
El Deseado de Todas las Gentes, 32
.
Como Dios, Cristo no podría haber sido tentado a pecar, así
como en el cielo no pudo ser tentado a quebrar su alianza con el
Padre. Pero al humillarse a sí mismo y tomar la naturaleza humana,
Cristo podía ser tentado. No tomó la naturaleza de los ángeles sino
la humana, perfectamente idéntica con la nuestra, pero sin mancha
de pecado. Poseía un cuerpo y una mente humanas con todas sus
peculiaridades; tenía músculos, huesos, cerebro. Siendo carne de
nuestra carne, compartía la debilidad humana. Las circunstancias
que rodearon su vida fueron de tal naturaleza que lo llevaron a estar
expuesto a todas las inconveniencias de los hombres; no las de los
ricos sino las de los pobres; de aquellos que pasan por necesidad y
humillación. Respiraba el aire que nosotros respiramos y caminaba
como nosotros lo hacemos. Tenía conciencia, razón, memoria, vo-
luntad, y los afectos de un alma humana, todo unido a su naturaleza
divina.—
Manuscript Releases 16:181-182
.
En el niño de Belén estaba velada la gloria ante la cual los
ángeles se postran. Este niño inconsciente era la Simiente prometida,
señalada por el primer altar erigido ante la puerta del Edén.—
El
Deseado de Todas las Gentes, 36
.
La anunciación
Antes de su nacimiento, el ángel había dicho a María: “Este será
grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará
el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para
siempre”.
Lucas 1:32-33
. María había ponderado estas palabras en
su corazón; sin embargo, aunque creía que su hijo había de ser el
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Mesías de Israel, no comprendía su misión.—
El Deseado de Todas
las Gentes, 61
.
Los ángeles acompañaron a José y María en su cansador viaje
a la ciudad de David, para ser empadronados de acuerdo al decreto
de Augusto César. Fue en la providencia de Dios que José y María