Los ángeles durante la encarnación y la niñez de Cristo
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mensajeros celestiales y regresaron a sus hogares por otro camino.—
Redemption Series 1:19
.
Igualmente José recibió advertencia de huir a Egipto con María
y el niño. Y el ángel dijo: “Y permanece allá hasta que yo te lo diga;
porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo”.
Mateo
2:13
. José obedeció sin dilación, emprendiendo viaje de noche para
mayor seguridad...
Herodes esperaba impacientemente en Jerusalén el regreso de los
magos. Amedida que transcurría el tiempo y ellos no aparecían, se
despertaron sus sospechas... Envió inmediatamente soldados a Belén
con órdenes de matar a todos los niños menores de dos años.—
El
Deseado de Todas las Gentes, 45-46
.
Pero un poder mayor estaba obrando en contra de los planes
del príncipe de las tinieblas. Los ángeles de Dios frustraron sus
designios y protegieron la vida del infante Redentor.—
The Signs of
the Times, 4 de agosto de 1887
.
José, que estaba todavía en Egipto, recibió entonces de un ángel
de Dios la orden de volver a la tierra de Israel...; pero al saber
que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre, temió que los
designios del padre contra Cristo fuesen llevados a cabo por el hijo...
Otra vez fue José dirigido a un lugar de seguridad. Volvió a
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Nazaret, donde antes habitara, y allí durante casi treinta años habitó
Jesús... Dios... comisionó a los ángeles para que acompañasen a
Jesús y le protegieran hasta que cumpliese su misión en la tierra y
muriera a manos de aquellos a quienes había venido a salvar.—
El
Deseado de Todas las Gentes, 47-48
.
Los años silenciosos
Desde sus más tiernos años [Cristo] vivió una vida de trabajo.
La mayor parte de su vida terrenal la dedicó al trabajo paciente en
la carpintería de Nazaret. Bajo la apariencia de un obrero común,
el Señor de la vida recorrió las calles de la pequeña aldea en la
que vivía, yendo y viniendo de su humilde trabajo. Los ángeles
le acompañaban mientras caminaba lado a lado con agricultores y
obreros, sin ser reconocido ni honrado.—
The Review and Herald, 3
de octubre de 1912
.