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La Verdad acerca de los Angeles
se apartaron de su impiedad para temer y adorar al Altísimo.—
The
Signs of the Times, 20 de febrero de 1879
; vea
La Historia de la
Redención, 59-60
;
Historia de los Patriarcas y Profetas, 72-73
.
Enoc elegía ciertos períodos para apartarse, y no deseaba que
la gente lo encontrase, pues interrumpía su santa meditación y co-
munión con Dios. Sin embargo, no se separaba permanentemente
de la sociedad de aquellos que lo amaban y escuchaban sus sabias
palabras. Tampoco se apartaba plenamente de los corruptos. Se en-
contraba con los buenos y los malos, y trataba de tornar a los impíos
de sus malos caminos.—
Spiritual Gifts 3:56
.
Enoc crecía en espiritualidad a medida que se comunicaba con
Dios... El Señor amaba a Enoc porque éste lo seguía consecuente-
mente, aborrecía la iniquidad y buscaba con fervor el conocimiento
celestial para cumplir a la perfección la voluntad divina. Anhelaba
unirse aun más estrechamente a Dios, a quien temía, reverenciaba
y adoraba. El Señor no podía permitir que Enoc muriera como los
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demás hombres; envió pues a sus ángeles para que se lo llevaran al
cielo sin que experimentara la muerte. En presencia de los justos e
impíos Enoc fue retirado de entre ellos. Los que lo amaban pensaron
que Dios podía haberlo dejado en alguno de los lugares donde solía
retirarse, pero después de buscarlo diligentemente, en vista de que
no lo pudieron encontrar, informaron que no estaba en ninguna parte,
pues el Señor se lo había llevado.—
La Historia de la Redención,
61-62
.
Los carros de fuego de Dios fueron enviados para buscar a este
santo hombre y conducirlo al cielo.—
The Review and Herald, 19 de
abril de 1870
.
El Señor me mostró en visión otros mundos. Me fueron dadas
alas y un ángel me acompañó desde la ciudad a un lugar brillante
y glorioso... Después me transportaron a un mundo que tenía siete
lunas; donde vi al anciano Enoc, que había sido trasladado. Llevaba
en su brazo derecho una esplendente palma, en cada una de cuyas
hojas se leía escrita la palabra: “Victoria”. Ceñía sus sienes una
brillante guirnalda blanca con hojas, en el centro de cada una de las
cuales se leía: “Pureza”. Alrededor de la guirnalda había piedras
preciosas de diversos colores que resplandecían más vivamente que
las estrellas y, reflejando su fulgor en las letras, las magnificaban.
En la parte posterior de la cabeza llevaba un moño que sujetaba