Página 167 - La Voz

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El método conversacional
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Ellen G. White:
“Esa es la obra que se me ha mostrado, para que
aumente el éxito y el interés en nuestras reuniones en los congresos
campestres. Hay quienes quieren una luz más definida. Hay otros que
necesitan más tiempo para captar las cosas, y entender realmente
lo que uno quiere decir. Si ellos tuvieran el privilegio de que se
les presentaran las cosas en forma más sencilla, las verían y las
captarían. Y sería como un clavo afirmado en un lugar seguro, como
si se escribieran en las tablillas de su corazón”.
“Cuando la gran multitud se reunía alrededor de Cristo, él pre-
sentaba sus lecciones de instrucción. Entonces los discípulos, en
diferentes lugares y ocupando diferentes posiciones después del dis-
curso, repetirían lo que Cristo había dicho. La gente aplicaba mal las
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palabras de Cristo; y los discípulos explicaban lo que decía la Escri-
tura, y que Cristo decía, lo que decían las Escrituras. Ellos estaban
aprendiendo a ser educadores. Estaban al lado de Cristo, recibiendo
lecciones de él, y transmitiéndolas al pueblo”.—
Manuscrito 19b,
1890
.
La instrucción en los hogares
—Los siervos de Dios tienen una
gran obra que hacer además de predicar desde el púlpito. En la obra
del ministerio hay, en conjunto, demasiada predicación, y muy poca
enseñanza verdadera de las lecciones de la Biblia. Nuestros pastores
debieran visitar a los miembros de la iglesia más de lo que lo hacen,
para hablar y orar con ellos. Sus corazones deben acercarse más a
los que tienen a su cargo.
Cuando nuestros ministros visiten las familias, deben procurar
que la hora del culto sea una gran bendición, y tratar de que la
conversación sea una fuente vivificante de espiritualidad, cuando se
sienten a la mesa. Cuando hablen en reuniones convocadas y cuando
visiten a la gente en sus casas, deben hablar de temas bíblicos y
relatar sus experiencias. Los padres serán beneficiados, los hijos
serán impresionados, y cuando se sienta el calor de la gracia de
Cristo, se acelerará el pulso espiritual.
En muchas ocasiones, el ministro se ve obligado a hablar en
habitaciones atestadas y recalentadas. Los oyentes se vuelven so-
ñolientos, los sentidos se paralizan, y es casi imposible que puedan
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captar los temas presentados. Si en lugar de predicarles, el orador
tratara de enseñarles, haciendo preguntas y hablando en un tono con-
versacional, las mentes serían despertadas a la actividad, y el público