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La verdad eterna
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Nunca se exhorta al ministro del evangelio a que trate de ser un
predicador astuto, un orador popular; sino que se le ordena: “Procura
con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene
de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. Mas evita
profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la
impiedad”.
2 Timoteo 2:15, 16
. ¿Prestará cada mensajero de Dios
atención a estas palabras?—
Manuscrito 29, 1893
.
Nueva luz, nuevas ideas
—Algunos de nuestros ministros tienen
una serie de sermones, que usan sin variación año tras año. Las
mismas ilustraciones, los mismos comentarios, y casi las mismas
palabras. Han dejado de ser estudiantes. Se les termina el deseo de
superarse, y vacilan bajo el peso de una nueva serie de sermones para
prevenir la decrepitud mental. Pero el estudiante que siempre está
aprendiendo, encontrará y echará mano de nueva luz, nuevas ideas y
nuevas gemas de verdad... El evangelio, no es propiamente enseñado
y representado ante los incrédulos, por hombres que han cesado de
ser estudiantes, quienes, por así decirlo, se han graduado en lo que
concierne a la investigación de las Escrituras, y traen afrenta sobre
la verdad, por la forma en que la manipulan. Si los hombres han
de tener éxito en captar la atención del pueblo, se necesita la mejor
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calidad de predicación, porque hay labios elocuentes presentando
fábulas agradables.—
Carta 33, 1886
.
El estudio de las escrituras, y las suposiciones y fábulas
Prediquen la Palabra. Puede ser que ustedes tengan una mente in-
ventiva. Puede que se sientan expertos, como se sentían los maestros
judíos, en lo que concierne a producir nuevas teorías; pero Cristo les
dijo: “En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamien-
tos de hombres”.
Mateo 15:9
. Ellos presentaban al pueblo tradicio-
nes, suposiciones y fábulas de toda clase. Las formas y ceremonias
que imponían, hacían sencillamente imposible que la gente se diera
cuenta, de si estaban guardando la Palabra de Dios, o siguiendo las
imaginaciones de los hombres.
Satanás queda satisfecho cuando puede confundir la mente de es-
ta manera. Que los ministros no prediquen sus propias suposiciones.
Que investiguen con fervor las Escrituras, bajo la solemne compren-
sión de que, si enseñan como doctrina cosas que no están contenidas
en la Palabra de Dios, serán como los que están representados en el
último capítulo de Apocalipsis.—
Carta 207, 1899
.
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