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La Voz: Su Educación y Uso Correcto
de confesar sus pecados, el pueblo era declarado en paz con el
Cielo. Así quedaba preparado el regocijo de la fiesta. Se elevaba
triunfalmente el salmo: “Alabad a Jehová, porque es bueno; porque
para siempre es su misericordia”, mientras que toda clase de música,
mezclada con clamores de hosanna, acompañaba el canto al unísono.
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El templo era el centro del gozo universal. Así, se veía la pompa
de las ceremonias de los sacrificios. Allí, alineado a ambos lados
de las gradas de mármol blanco del edificio sagrado, el coro de
levitas dirigía el servicio de canto. La multitud de los adoradores,
agitando sus palmas y ramas de mirto, unía su voz a los acordes, y
repetía el coro; y luego la melodía era entonada por voces cercanas y
lejanas, hasta que de las colinas circundantes, parecían brotar cantos
de alabanza.
Por la noche, el templo y su atrio resplandecían de luz artifi-
cial. La música, la agitación de las palmas, los gratos hosannas, el
gran concurso de gente, sobre el cual la luz se derramaba desde
las lámparas colgantes, el atavío de los sacerdotes y la majestad de
las ceremonias se combinaban, para formar una escena que impre-
sionaba profundamente a los espectadores. Pero la ceremonia más
impresionante de la fiesta, la que causaba el mayor regocijo, era una
conmemoración de cierto acontecimiento de la estada en el desierto.
Al alba del día, los sacerdotes emitían una larga y aguda nota con
sus trompetas de plata, y las trompetas que contestaban, así como
los alegres gritos del pueblo desde sus cabañas, que repercutían
por las colinas y los valles, daban la bienvenida al día de fiesta.
Después, el sacerdote sacaba de las aguas del Cedrón un cántaro de
agua, y alzándolo en alto mientras resonaban las trompetas, subía
las altas gradas del templo, al compás de la música, con paso lento
y mesurado, cantando mientras tanto: “Nuestros pies estuvieron en
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tus puertas, oh Jerusalén”.
Llevaba el cántaro al altar, que ocupaba una posición central
en el atrio de los sacerdotes. Allí había dos palanganas de plata,
con un sacerdote de pie al lado de cada una. El cántaro de agua era
derramado en una, y un cántaro de vino en la otra; y el contenido
de ambas, fluyendo por un caño que comunicaba con el Cedrón,
era conducido al Mar Muerto. La presentación del agua consagrada
representaba la fuente, que a la orden de Dios había brotado de la
roca para aplacar la sed de los hijos de Israel. Entonces repercutían