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El canto de los redimidos
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Allí los redimidos saludan a quienes los encaminaron hacia el
Salvador. Se unen en alabanzas a Aquel que murió para que los
humanos gozaran una vida tan duradera como la de Dios. Acabó
el conflicto. Concluyeron las tribulaciones y las luchas; los cantos
de victoria llenan todo el cielo, al rodear los rescatados el trono de
[516]
Dios. Todos entonan el alegre coro: “Digno, digno es el Cordero
que fue inmolado”, y que nos rescató para Dios.—
El Ministerio de
Curación, 405
.
El canto de Moisés y del Cordero
—Este canto y la gran libe-
ración que conmemoraba, hicieron una impresión imborrable en la
memoria del pueblo hebreo. Siglo tras siglo fue repetido por los
profetas y los cantores de Israel para atestiguar, que Jehová es la
fortaleza y la liberación de los que confían en él.
Ese canto no pertenece sólo al pueblo judío. Indica la futura
destrucción de los enemigos de la justicia, y señala la victoria final
del Israel de Dios. El profeta de Patmos vió la multitud vestida de
blanco, “los que habían alcanzado la victoria”, que estaban sobre “un
mar de vidrio mezclado con fuego”, teniendo las arpas de Dios. Y
cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero”.
Apocalipsis 15:2, 3
.
“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da
gloria; por tu misericordia, por tu verdad”.
Salmos 115:1
. Tal fue el
espíritu que saturaba el canto de liberación de Israel, y es el espíritu
que debe morar en el corazón de los que aman y temen a Dios. Al
libertar nuestras almas de la esclavitud del pecado, Dios ha obrado
para nosotros una liberación todavía mayor, que la de los hebreos
ante el mar Rojo. Como la hueste hebrea, nosotros debemos alabar
al Señor con nuestro corazón, nuestra alma, y nuestra voz, por “sus
maravillas para con los hijos de los hombres”.
[517]
Salmos 107:8
. Los que meditan en las grandes misericordias de Dios,
y no olvidan sus dones menores, se llenan de felicidad, y cantan en
sus corazones al Señor.
Las bendiciones diarias que recibimos de la mano de Dios, y
sobre todo, la muerte de Jesús para poner la felicidad y el cielo a
nuestro alcance, debieran ser objeto de constante gratitud.
¡Qué compasión, qué amor sin par, nos ha manifestado Dios a
nosotros, perdidos pecadores, al unirnos a él, para que seamos su
tesoro especial! ¡Qué sacrificio ha hecho nuestro Redentor, para que