La religión en la famili
Me fué mostrada la posición elevada e importante que los hijos
de Dios deben ocupar. Son la sal de la tierra y la luz del mundo,
y deben andar como Cristo anduvo. Saldrán vencedores de la gran
tribulación. El tiempo actual es un tiempo de guerra y prueba. Nues-
tro Salvador dice en
Apocalipsis 3:21
: “Al que venciere, yo le daré
que se siente conmigo en mi trono; así como yo he vencido, y me
he sentado con mi Padre en su trono.” La recompensa no se da a
todos los que profesan seguir a Cristo, sino a los que vencen como
él venció. Debemos estudiar la vida de Cristo, y aprender lo que
significa confesarle delante del mundo.
A fin de confesar a Cristo, debemos tenerlo en nosotros. Nadie
puede confesar verdaderamente a Cristo a menos que posea el ánimo
y el espíritu de Cristo. Si la forma de piedad, o el reconocimiento
de la verdad fuesen siempre una confesión de Cristo, podríamos
decir: “Ancho es el camino que conduce a la vida, y muchos son
los que lo hallan.” Debemos comprender lo que significa confesar
a Cristo, y en qué le negamos. Puede suceder que nuestros labios
confiesen a Cristo, y que nuestras obras le nieguen. Los frutos del
Espíritu, manifestados en la vida, son una confesión de Cristo. Si
lo hemos abandonado todo por Cristo, nuestra vida será humilde,
nuestra conversación santa y nuestra conducta intachable. La pode-
rosa y purificadora influencia de la verdad en el alma, y el carácter
de Cristo manifestado en la vida, son una confesión de Cristo. Si
se han sembrado en nuestro corazón las palabras de vida eterna, el
fruto será justicia y paz. Podemos negar a Cristo en nuestra vida,
entregándonos al amor de la comodidad y del yo, bromeando y bus-
cando los honores del mundo. Podemos negarle en nuestro aspecto
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exterior, conformándonos al mundo, o mediante un porte orgulloso
o atavíos costosos. Únicamente por la vigilancia constante y tenaz
y la oración perseverante y casi incesante podiemos manifestar en
nuestra vida el carácter de Cristo y la influencia santificadora de la
Testimonios para la Iglesia 1:303-310 (1862)
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