La religión en la familia
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sus propósitos y arrojar sus dardos encendidos, son a menudo los
miembros de nuestras propias familias.
Aquellos a quienes amamos pueden hablar y obrar con descuido
y herirnos profundamente. Tal no era su intención, pero Satanás
magnifica sus palabras y actos ante la mente y así arroja un dardo de
su aljaba para atravesarnos. Nos erguimos para resistir a la persona
que pensamos nos hirió, y al hacerlo estimulamos las tentaciones
de Satanás. En vez de pedir a Dios fuerza para resistir a Satanás,
permitimos que nuestra felicidad quede empañada tratando de de-
fender lo que llamamos “nuestras derechos.” Así concedemos una
doble ventaja a Satanás. Obramos de acuerdo a nuestros sentimien-
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tos agraviados, y Satanás nos emplea como agentes suyos para herir
y angustiar a aquellos que no se proponían perjudicarnos. Puede
ser que a veces las exigencias del esposo parezcan irrazonables a
la esposa; pero si ella echara serena y sinceramente una segunda
mirada al asunto, y lo considerara en una luz tan favorable como
fuese posible para el esposo, vería que, renunciando a su propia idea
y sometiendo su juicio al del esposo, aun cuando ello contrariase sus
sentimientos, salvaría a ambos de la desdicha y les daría una gran
victoria sobre las tentaciones de Satanás.
Vi que el enemigo luchará tanto para inutilizar a los piadosos
como para quitarles la vida, y tratará de destruir su paz mientras ellos
vivan en este mundo. Pero su poder es limitado. Puede hacer calentar
el horno, pero Jesús y sus ángeles velarán sobre el cristiano que
confía para que sólo la escoria sea consumida. El fuego encendido
por Satanás no tiene poder para destruir o perjudicar el verdadero
metal. Es importante cerrar toda puerta posible que dé acceso a
Satanás. Es privilegio de cada familia vivir de tal manera que Satanás
no pueda aprovecharse de nada que digan o hagan sus miembros
para perjudicarse unos a otros. Cada miembro de la familia debe
tener presente que cada uno de ellos tiene tanto que hacer como
los demás para resistir a nuestro astuto enemigo, y con fervientes
oraciones y fe inquebrantable cada uno debe confiar en los méritos
de la sangre de Cristo y pedir su fuerza salvadora.