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Joyas de los Testimonios 1
terrenal. Algunos morían mientras intentaban alcanzarla. Otros su-
cumbían en el momento de asirla, y otros, después de tenerla un
instante en las manos. El suelo estaba sembrado de cadáveres, y
no obstante, la multitud se apretujaba y avanzaba pisoteando los
cadáveres de sus compañeros. Todos los que alcanzaban la coro-
na poseían parte de ella y eran aplaudidos calurosamente por la
interesada compañía que con anhelo rodeaba la corona.
Engaño satánico
Una numerosa hueste de ángeles malos estaba muy atareada.
Satanás permanecía en medio de ellos, y todos miraban con extre-
mada satisfacción a la multitud que luchaba por la corona. Satanás
parecía lanzar un peculiar ensalmo sobre quienes más afanosamente
la apetecían. Muchos de los que buscaban esta corona terrenal eran
cristianos de nombre y algunos parecían tener un poco de luz; pe-
ro, si bien miraban deseosos la corona celestial y a veces parecían
encantados de su hermosura, no tenían verdadero concepto de su
valía y belleza. Mientras con una lánguida mano trataban de alcanzar
la celestial, con la otra se esforzaban con afán en lograr la terrena,
resueltos a poseerla, y perdían de vista la celestial. Quedaban en ti-
nieblas; sin embargo, iban a tientas ansiosos de asegurarse la corona
terrena.
Otros se disgustaban de seguir con quienes tan afanosamente
buscaban esa corona, y recelando de los peligros que implicaba,
se apartaban de ella para ir en busca de la celestial. El aspecto de
éstos se transmutaba muy pronto de tinieblas a luz y de melancolía
a placidez y santo júbilo.
Después vi una hueste que, con la vista decididamente fija en la
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corona del cielo, se abría paso a través de la multitud. Y mientras
avanzaba presurosa por entre la desordenada muchedumbre, los
ángeles la asistían y le daban espacio para avanzar. Al acercarse a la
corona celeste, la luz que ésta despedía brilló sobre los miembros de
dicha compañía y alrededor de ellos disipó las tinieblas, y aumentó su
fulgor hasta transformarlos a semejanza de los ángeles. No echaron
ni una sola mirada para atrás, sobre la corona terrenal. Los que
iban en busca de ésta se mofaban de ellos y les arrojaban pelotillas
negras que por cierto no les producían daño alguno mientras sus ojos