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Joyas de los Testimonios 1
dos cosas: o se separaba de sus posesiones y obtenía la vida eterna,
o guardaba aquéllas y perdía ésta. El apreció sus riquezas más que el
tesoro celestial. La condición de separarse de sus tesoros y darlos a
los pobres, a fin de hacerse seguidor de Cristo y tener la vida eterna,
ahogó su buen deseo, y se fué triste.
Aquellos que vi afanarse por la corona terrenal eran los que
recurren a toda clase de medios para adquirir posesiones. En este
punto llegan hasta la locura. Todos sus pensamientos y energías se
enfocan en el logro de riquezas terrenas. Pisotean el derecho ajeno,
oprimen al pobre y al jornalero en su salario. Si pueden, se valen de
los que son más pobres y menos astutos que ellos, para acrecentar sus
riquezas, sin vacilar un momento en oprimirlos aunque los arrastren
a la mendicidad.
Los de cabellos canos y semblante arrugado por la inquietud,
eran los ancianos que, a pesar de quedarles pocos años de vida,
se afanaban en asegurar sus tesoros terrenales. Cuanto más cerca
estaban del sepulcro, tanto mayor era su afán de aferrarse a ellos. Sus
propios parientes no recibían beneficio alguno. Para ahorrar algo de
dinero, dejaban a los miembros de sus familias que trabajasen más
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allá de sus fuerzas. Y no empleaban ese dinero para el bien ajeno
ni para el propio. Les bastaba saber que lo poseían. Cuando se les
presenta su deber de aliviar las necesidades de los pobres y sostener
la causa de Dios, se entristecen. Aceptarían gustosos el don de la
vida eterna, pero no quieren que les cueste algo. Las condiciones son
demasiado duras. Pero Abrahán no retuvo a su hijo unigénito. En
obediencia a Dios hubiera podido sacrificar a este hijo de la promesa
más fácilmente de lo que muchos sacrificarían algunos de sus bienes
terrenales.
Agentes de Satanás
Era penoso ver a quienes hubieran podido madurar gloriosamente
y prepararse día tras día para la inmortalidad, emplear todas sus
fuerzas en retener sus tesoros terrenales. Vi que no eran capaces de
estimar el tesoro celestial. Su intenso afecto a lo terreno, les impelía
a demostrar en sus actos que no estimaban lo bastante la herencia
celestial como para sacrificarse por ella. El “joven” manifestaba
disposición a guardar los mandamientos, y sin embargo, nuestro