Página 133 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Padres e hijo
Se me ha mostrado que mientras los padres que temen a Dios
imponen restricciones a sus hijos, deben estudiar sus disposiciones
y temperamentos, y tratar de suplir sus necesidades. Algunos padres
atienden cuidadosamente las necesidades temporales de sus hijos;
los cuidan bondadosa y fielmente mientras están enfermos, y luego
consideran que han cumplido todo su deber. En esto cometen un
error. Tan sólo han empezado su trabajo. Se deben suplir las nece-
sidades de la mente. Se requiere habilidad para aplicar los debidos
remedios a la curación de una mente herida.
Los niños han de soportar pruebas tan duras, tan graves en su
carácter, como las de las personas mayores. Los padres mismos
no sienten siempre la misma disposición. A menudo su mente está
afligida por la perplejidad. Trabajan bajo la influencia de opiniones
y sentimientos equivocados. Satanás los azota y ceden a sus ten-
taciones. Hablan con irritación y de una manera que excita la ira
en sus hijos, y son a veces exigentes e inquietos. Los pobres niños
participan del mismo espíritu, y los padres no están preparados para
ayudarles, porque ellos son la causa de la dificultad. A veces todo
parece ir mal. Hay intranquilidad en el ambiente, y todos pasan mo-
mentos desdichados. Los padres echan la culpa a los pobres niños, y
piensan que son desobedientes e indisciplinados, los peores niños
del mundo, cuando la causa de la dificultad reside en ellos mismos.
Algunos padres suscitan muchas tormentas por su falta de domi-
nio propio. En vez de pedir bondadosamente a los niños que hagan
esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo
tiempo tienen en los labios censuras o reproches que los niños no
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merecieron. Padres, esta conducta para con vuestros hijos destru-
ye su alegría y ambición. Ellos cumplen vuestras órdenes, no por
amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo. No ponen
su corazón en el asunto. Les resulta un trabajo penoso en vez de
un placer; y a menudo por esto mismo se olvidan de seguir todas
Testimonios para la Iglesia 1:384-389 (1863)
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