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Joyas de los Testimonios 1
vuestras indicaciones, lo cual acrece vuestra irritación y empeora la
situación de los niños. Las censuras se repiten; se les pinta con vivos
colores su mala conducta, hasta que el desaliento se posesiona de
ellos, y no les interesa agradaros. Se apodera de ellos un espíritu que
los impulsa a decir: “A mí qué me importa,” y van a buscar fuera del
hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no encuentran en
casa. Frecuentan las compañías de la calle, y pronto se corrompen
tanto como los peores.
Lo que pueden hacer los padres
¿Sobre quién pesa este gran pecado? Si se hubiese hecho atra-
yente el hogar, si los padres hubiesen manifestado afecto por sus
hijos, si con bondad les hubiesen encontrado ocupación, enseñán-
doles con amor a obedecer a sus deseos, habrían hallado respuesta
en sus corazones, y con corazones, manos y pies voluntarios, los
hijos les habrían obedecido prestamente. Dominándose a sí mismos,
y hablándoles con bondad, y alabando a los niños cuando tratan de
hacer lo recto, los padres pueden estimular sus esfuerzos, hacerlos
muy felices, y rodear al círculo de la familia con un encanto que
despejará toda lobreguez y hará penetrar en él la alegría como la luz
del sol.
A veces los padres disculpan su propia mala conducta con la
excusa de que no se sienten bien. Están nerviosos y piensan que no
pueden ser pacientes ni serenos, ni hablar de una manera agradable.
En esto se engañan y agradan a Satanás, quien se regocija de que
ellos no consideran la gracia de Dios como suficiente para vencer las
flaquezas naturales. Ellos pueden y deben dominarse a sí mismos en
toda ocasión. Dios se lo exige. Deben darse cuenta de que cuando
ceden a la impaciencia e inquietud hacen sufrir a otros. Los que
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los rodean son afectados por el espíritu que ellos manifiestan, y si a
su vez actúan impulsados por el mismo espíritu, el daño aumenta y
todo va mal.
Padres, cuando os sentís nerviosos, no debéis cometer el grave
pecado de envenenar a toda la familia con esta irritabilidad peligrosa.
En tales ocasiones, ejerced sobre vosotros mismos una vigilancia
doble, y resolved en vuestro corazón no ofender con vuestros labios,
sino pronunciar solamente palabras agradables y alegres. Decíos: