Página 177 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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La temperancia cristiana
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viniere, no lo hará para limpiarnos de nuestros pecados, quitarnos
los defectos de carácter, o curarnos de las flaquezas de nuestro
temperamento y disposición. Si es que se ha de realizar en nosotros
esta obra, se hará antes de aquel tiempo.
Las horas finales del tiempo de gracia
Cuando venga el Señor, los que son santos seguirán siendo san-
tos. Los que han conservado su cuerpo y espíritu en pureza, santi-
ficación y honra, recibirán el toque final de la inmortalidad. Pero
los que son injustos, inmundos y no santificados permanecerán así
para siempre. No se hará en su favor ninguna obra que elimine sus
defectos y les dé un carácter santo. El Refinador no se sentará en-
tonces para proseguir su proceso de refinación y quitar sus pecados
y su corrupción. Todo esto debe hacerse en las horas del tiempo de
gracia.
Ahora
es cuando debe realizarse esta obra en nosotros.
Abrazamos la verdad de Dios con nuestras diferentes facultades,
y al colocarnos bajo la influencia de esta verdad, ella realizará en
nosotros la obra que nos dará idoneidad moral para formar parte del
reino de gloria y para departir con los ángeles celestiales. Estamos
ahora en el taller de Dios. Muchos de nosotros somos piedras toscas
de la cantera. Pero cuando echamos mano de la verdad de Dios, su
influencia nos afecta. Nos eleva, y elimina de nosotros toda imper-
fección y pecado, cualquiera que sea su naturaleza. Así quedamos
preparados para ver al Rey en su hermosura y unirnos finalmente con
los ángeles puros y santos, en el reino de gloria. Aquí es donde se ha
de realizar esta obra en favor nuestro. Aquí es donde nuestro cuerpo
y nuestro espíritu han de quedar dispuestos para la inmortalidad.
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Estamos en un mundo que se opone a la justicia, a la pureza de
carácter y al crecimiento en la gracia. Dondequiera que miremos,
vemos corrupción y contaminación, deformidad y pecado. Y ¿cuál es
la obra que hemos de emprender aquí precisamente antes de recibir
la inmortalidad? Consiste en conservar nuestros cuerpos santos y
nuestro espíritu puro, para que podamos subsistir sin mancha en
medio de las corrupciones que abundan en derredor nuestro en estos
últimos días. Y para que esta obra se realice, necesitamos dedicarnos
a ella en seguida con todo el corazón y el entendimiento. No debe
penetrar ni influir en nosotros el egoísmo. El Espíritu de Dios debe