Página 198 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
Después de hecha la oración, si no obtenemos inmediatamente la
respuesta, no nos cansemos de esperar, ni nos volvamos inestables.
No vacilemos. Aferrémonos a la promesa: “Fiel es el que os ha
llamado; el cual también lo hará.”
1 Tesalonicenses 5:24
. Como
la viuda importuna, presentemos nuestros casos con firmeza de
propósito. ¿Es importante el objeto y de gran consecuencia para
nosotros? Por cierto que sí. Entonces, no vacilemos; porque tal
vez se pruebe nuestra fe. Si lo que deseamos es valioso, merece
un esfuerzo enérgico y fervoroso. Tenemos la promesa; velemos y
oremos. Seamos firmes, y la oración será contestada; porque, ¿no es
Dios quien ha formulado la promesa? Cuanto más nos cueste obtener
algo, tanto más lo apreciaremos cuando lo obtengamos. Se nos dice
claramente que si vacilamos, ni podemos pensar que recibiremos
algo del Señor. Se nos recomienda aquí que no nos cansemos, sino
que confiemos firmemente en la promesa. Si pedimos, él nos dará
liberalmente, sin zaherir.
En esto es donde muchos yerran. Vacilan en su propósito y
les falta la fe. Esta es la razón por la cual no reciben nada del
Señor, fuente de nuestra fortaleza. Nadie necesita andar en tinieblas,
tropezando como ciego, porque el Señor ha provisto luz si queremos
aceptarla como él lo indica, y no elegir nuestro propio camino. El
exige de todos un cumplimiento diligente de los deberes de cada
día. Esto lo requiere especialmente de los que están empeñados en
la obra solemne e importante de la oficina de publicaciones: tanto
de aquellos sobre quienes pesan las más pesadas responsabilidades
del trabajo, como de los que llevan las responsabilidades menores.
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Pero estos deberes pueden cumplirse únicamente pidiendo a Dios
la capacidad de hacer fielmente lo recto ante el cielo, gobernados
por motivos abnegados, como si todos viesen el ojo de Dios que nos
contempla e investiga nuestras acciones.
La plaga del egoísmo
El pecado más difundido que nos separa de Dios y provoca tantos
trastornos espirituales contagiosos, es el egoísmo. No se puede vol-
ver al Señor excepto mediante la abnegación. Por nosotros mismos
no podemos hacer nada; pero si Dios nos fortalece, podemos vivir
para hacer bien a otros, y de esta manera rehuir el mal del egoísmo.