Página 217 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los sufrimientos de Cristo
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Mateo 26:45
. ¡Qué crueles fueron los discípulos al permitir que el
sueño les cerrase los ojos, y encadenase sus sentidos, mientras su
divino Señor soportaba tan inefable angustia mental! Si hubiesen
permanecido en vela, no habrían perdido su fe al contemplar al Hijo
de Dios muriendo en la cruz.
Esta importante vigilia nocturna debiera haberse destacado por
nobles luchas mentales y oraciones, que los habrían robustecido
para presenciar la indecible agonía del Hijo de Dios. Los habría
preparado para que, mientras contemplaban sus sufrimientos en la
cruz, comprendieran algo de la naturaleza de la angustia abrumadora
que él soportó en el huerto de Getsemaní. Y habrían quedado mejor
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capacitados para recordar las palabras que les había dirigido con
referencia a sus sufrimientos, muerte y resurrección; y en medio
de la lobreguez de aquella hora terrible y penosa, algunos rayos de
esperanza habrían iluminado las tinieblas y sostenido su fe.
Cristo les había predicho que estas cosas iban a suceder; pero
no lo comprendieron. La escena de sus sufrimientos había de ser
una prueba de fuego para sus discípulos, y por esto era necesario
que velasen y orasen. Su fe necesitaría ser sostenida por una fuerza
invisible, mientras experimentaran el triunfo de las potestades de las
tinieblas.
Angustia inenarrable
Podemos apreciar apenas débilmente la angustia inenarrable que
sintió el amado Hijo de Dios en Getsemaní, al comprender que se
había separado de Dios al llevar el pecado del hombre. El fué hecho
pecado por la especie caída. La sensación de que se apartaba de él
el amor de su Padre, arrancó de su alma angustiada estas dolorosas
palabras: “Mi alma está muy triste hasta la muerte.” “Si es posible,
pase de mí este vaso.” Luego, con completa sumisión a la voluntad
de su Padre, añadió: “Empero, no como yo quiero, sino como tú.”
El divino Hijo de Dios desmayaba y se moría. El Padre envió
a un mensajero de su presencia para que fortaleciera al divino Do-
liente, y le ayudara a pisar la senda ensangrentada. Si los mortales
hubiesen podido ver el pesar y asombro de la hueste angélica al
contemplar en silencio cómo el Padre separaba sus rayos de luz,
su amor y gloria, del amado Hijo de su seno, comprenderían mejor