Página 218 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
cuán ofensivo es el pecado a la vista de Dios. La espada de la justicia
iba a ser desenvainada contra su amado Hijo. Por un beso fué éste
entregado en manos de sus enemigos y llevado apresuradamente
al tribunal terreno, donde había de ser ridiculizado y condenado a
muerte por mortales pecaminosos. Allí, el glorioso Hijo de Dios fué
“herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados.”
Isaías
[224]
53:5
. Soportó insultos, burlas e ignominiosos abusos, hasta que “fué
desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que la
de los hijos de los hombres.”
Isaías 52:14
.
Un amor incomprensible
¿Quién puede comprender el amor manifestado aquí? La hueste
angélica contempló con admiración y pesar a Aquel que había sido
la majestad del cielo y que había llevado la corona de gloria, y
ahora soportaba la corona de espinas, víctima sangrante de la ira
de una turba enfurecida, inflamada de insana locura por la ira de
Satanás. ¡Contemplemos al paciente y dolorido! Las espinas coronan
su cabeza. Su sangre fluye de las venas laceradas. ¡Y todo por causa
del pecado! Nada podría haber inducido a Cristo a dejar su honor
y majestad celestiales, y venir a un mundo pecaminoso para ser
olvidado, despreciado y rechazado por aquellos a quienes había
venido a salvar, y finalmente, para sufrir en la cruz, sino el amor
eterno y redentor que siempre será un misterio.
¡Admiraos, oh cielos, y asómbrate, oh tierra! ¡He aquí al opresor
y al Oprimido! Una vasta multitud rodea al Salvador del mundo. Las
burlas y los escarnios se mezclan con maldiciones y blasfemias. Los
miserables sin sentimientos comentan su humilde nacimiento y vida.
Los príncipes de los sacerdotes y ancianos ridiculizan su aserto de
que es el Hijo de Dios, y las bromas vulgares y el ridículo insultante
vuelan de un labio a otro. Satanás ejercía pleno dominio sobre las
mentes de sus siervos. A fin de lograr esto eficazmente, comenzó con
los príncipes de los sacerdotes y ancianos, y les infundió frenesí reli-
gioso. Movía a estos últimos el mismo espíritu satánico que agitaba
a los más viles y endurecidos miserables. Prevalecía una armonía
corrompida en los sentimientos de todos, desde los sacerdotes y
ancianos hipócritas hasta los más degradados. Sobre los hombros de
Cristo, el precioso Hijo de Dios, se puso la cruz. Cada paso de Jesús