Los sufrimientos de Cristo
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quedaba marcado por la sangre que fluía de sus heridas. Rodeado
por una inmensa muchedumbre de acerbos enemigos y espectadores
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insensibles, se lo condujo a la crucifixión. “Angustiado él, y afligido,
no abrió su boca: como cordero fué llevado al matadero; y como
oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”
Isaías 53:7
.
En la cruz
Sus entristecidos discípulos le seguían a lo lejos, detrás de la
turba homicida. Lo vieron clavado en la cruz, colgado entre los
cielos y la tierra. Sus corazones rebosaban de angustia al ver a su
amado Maestro sufriendo como un criminal. Cerca de la cruz, los
ciegos, fanáticos e infieles sacerdotes y ancianos le escarnecían y
se burlaban de él diciendo: “Tú, el que derribas el templo, y en tres
días lo reedificas, sálvate a ti mismo: si eres Hijo de Dios, desciende
de la cruz. De esta manera también los príncipes de los sacerdotes,
escarneciendo con los escribas y los Fariseos y los ancianos, decían:
A otros salvó, a sí mismo no puede salvar: si es el Rey de Israel,
descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios:
líbrele ahora si le quiere: porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.”
Mateo
27:40-43
.
Ni una palabra contestó Jesús a todo esto. Mientras se hundían
los clavos en sus manos, y grandes gotas de sudor agónico brotaban
de sus poros, los labios pálidos y temblorosos del Doliente inocente
exhalaron una oración de amor perdonador en favor de sus homi-
cidas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
Lucas
23:34
. Todo el cielo contemplaba la escena con profundo interés. El
glorioso Redentor del mundo perdido sufría la penalidad que mere-
cía la transgresión de la ley del Padre, que había cometido el hombre.
Estaba por redimir a su pueblo con su propia sangre. Estaba pagando
lo que con justicia exigía la santa ley de Dios. Tal era el medio por
el cual se había de acabar finalmente con el pecado, Satanás y su
hueste.
¡Oh! ¿Hubo alguna vez sufrimiento y pesar como el que soportó
el Salvador moribundo? Lo que hizo tan amarga su copa fué la com-
prensión del desagrado de su Padre. No fué el sufrimiento corporal
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lo que acabó tan prestamente con la vida de Cristo en la cruz. Fué el