Página 220 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Joyas de los Testimonios 1
peso abrumador de los pecados del mundo y la sensación de la ira
de su Padre. La gloria de Dios y su presencia sostenedora le habían
abandonado; la desesperación le aplastaba con su peso tenebroso,
y arrancó de sus labios pálidos y temblorosos el grito angustiado:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Mateo 27:46
.
Jesús unido con el Padre, había hecho el mundo. Frente a los
sufrimientos agonizantes del Hijo de Dios, únicamente los hombres
ciegos y engañados permanecieron insensibles. Los príncipes de
los sacerdotes y ancianos vilipendiaban al amado Hijo de Dios,
mientras éste agonizaba y moría. Pero la naturaleza inanimada gemía
y simpatizaba con su Autor que sangraba y perecía. La tierra tembló.
El sol se negó a contemplar la escena. Los cielos se cubrieron de
tinieblas. Los ángeles presenciaron la escena del sufrimiento hasta
que no pudieron mirarla más, y apartaron sus rostros del horrendo
espectáculo. ¡Cristo moría en medio de la desesperación! Había
desaparecido la sonrisa de aprobación del Padre, y a los ángeles no
se les permitía aliviar la lobreguez de esta hora atroz. Sólo podían
contemplar con asombro a su amado General, la Majestad del cielo,
que sufría la penalidad que merecía la transgresión del hombre.
En el abismo
Aun las dudas asaltaron al moribundo Hijo de Dios. No podía
ver a través de los portales de la tumba. Ninguna esperanza res-
plandeciente le presentaba su salida del sepulcro como vencedor
ni la aceptación de su sacrificio de parte de su Padre. El Hijo de
Dios sintió hasta lo sumo el peso del pecado del mundo en todo
su espanto. El desagrado del Padre por el pecado y la penalidad de
éste, la muerte, era todo lo que podía vislumbrar a través de esas
pavorosas tinieblas. Se sintió tentado a temer que el pecado fuese tan
ofensivo para los ojos de Dios que no pudiese reconciliarse con su
Hijo. La fiera tentación de que su propio Padre le había abandonado
para siempre, le arrancó ese clamor angustioso en la cruz: “Dios
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mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Cristo experimentó mucho de lo que los pecadores sentirán cuan-
do las copas de la ira de Dios sean derramadas sobre ellos. La negra
desesperación envolverá como una mortaja sus almas culpables,
y comprenderán en todo su sentido la pecaminosidad del pecado.