Página 221 - Joyas de los Testimonios 1 (1971)

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Los sufrimientos de Cristo
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La salvación ha sido comprada para ellos por los sufrimientos y la
muerte del Hijo de Dios. Podría ser suya si la aceptaran voluntaria
y gustosamente; pero ninguno está obligado a obedecer a la ley de
Dios. Si niegan el beneficio celestial y prefieren los placeres y el
engaño del pecado, consumarán su elección, pero al fin recibirán
su salario: la ira de Dios y la muerte eterna. Estarán para siempre
separados de la presencia de Jesús, cuyo sacrificio han despreciado.
Habrán perdido una vida de felicidad y sacrificado la vida eterna por
los placeres momentáneos del pecado.
La fe y la esperanza temblaron en medio de la agonía mortal de
Cristo, porque Dios ya no le aseguró su aprobación y aceptación,
como hasta entonces. El Redentor del mundo había confiado en
las evidencias que le habían fortalecido hasta allí, de que su Padre
aceptaba sus labores y se complacía en su obra. En su agonía mortal,
mientras entregaba su preciosa vida, tuvo que confiar por la fe sola-
mente en Aquel a quien había obedecido con gozo. No le alentaron
claros y brillantes rayos de esperanza que iluminasen a diestra y
siniestra. Todo lo envolvía una lobreguez opresiva. En medio de
las espantosas tinieblas que la naturaleza formó por simpatía, el
Redentor apuró la misteriosa copa hasta las heces. Mientras se le
denegaba hasta la brillante esperanza y confianza en el triunfo que
obtendría en lo futuro, exclamó con fuerte voz: “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu.”
Lucas 23:46
. Conocía el carácter de su
Padre, su justicia, misericordia y gran amor, y sometiéndose a él se
entregó en sus manos. En medio de las convulsiones de la naturaleza,
los asombrados espectadores oyeron las palabras del moribundo del
Calvario.
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La naturaleza simpatizó con los sufrimientos de su Autor. La
tierra convulsa y las rocas desgarradas proclamaron que era el Hijo
de Dios quien moría. Hubo un gran terremoto. El velo del templo
se rasgó en dos. El terror se apoderó de los verdugos y de los es-
pectadores, cuando las tinieblas velaron al sol, la tierra tembló bajo
sus pies y las rocas se partieron. Las burlas y los escarnios de los
príncipes de los sacerdotes y ancianos cesaron cuando Cristo entregó
su espíritu en las manos de su Padre. La asombrada muchedumbre
empezó a retirarse y a buscar a tientas, en las tinieblas, el camino
de regreso a la ciudad. Se golpeaban el pecho mientras iban, y con
terror cuchicheaban entre sí: “Asesinaron a un inocente. ¿Qué será